Bizarre for dummies

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A las 10, cansados, Chía y yo despertamos y, de mutuo acuerdo, nos dejamos dormir. Casi a la una de la tarde despertamos todos, con cierto ajetreo, porque aunque no sabíamos bien en qué condiciones, iríamos a Ámsterdam. Mientras Gerard preparaba panquecas con nutella, ordenábamos todo para dejar Antwerp sin mucho trauma.

Corrimos a Centraalstation y perdimos por dos minutos el tren. La puntualidad es desesperante en este condenado país. Tras una hora de espera ya estábamos de vuelta sobre los rieles, vía Ámsterdam, la ciudad que despertaba más expectativas de todas, nuestro particular monstruo de Ness.

Entramos en shock al salir de la estación de tren y enfrentarnos al gentío. Nunca me había sentido tan inseguro. Ámsterdam era otra cosa, una leyenda que nadie desmitificaba. La impresión anunciaba un día largo para el diario.

Tomamos la Damrak, la avenida principal, y comenzamos a preguntar por “the red zone, man. Where is it?” “You see that little street, get in there and in two or three blocks, you start watching, you know?” Así lo hicimos.

Las vitrinas de prostitutas eran algo nuevo para mí. Las había hermosas, horribles, latinas, nórdicas, gordas, inmensas o menudas, pero todas caras y semi-desnudas. Los sexy shows prometían impacto, la gente parecía perversa; el ambiente estaba tenso y oscuro. Mientras buscábamos un espectáculo a buen precio, Chía estaba nerviosa. Ella era exótica y la asustaban tantos hombres buscando lujuria y perversión. Tantas vitrinas sado-maso. Pickpockets. Drogas libres. Policías pirceados de pantalones apretados.

Luego de una vuelta por el red light district, decidimos por el Casa Rosso, el de mayor renombre. Era medio loco escribir en la cola para ver sexy shows, pero así fue como finalmente entendí lo que sucedía. Ámsterdam no es perversa. Es tan sólo picantemente turística. La gente que inspira vigilancia es un grupo de turistas temerosos. El miedo lo inspira el miedo mismo de los que te rodean. Es un estrategia inteligente y tal vez fortuita esa de producir temor con tu temor.

El espectáculo era elaborado: explícito y discreto a la vez. Varios shows de sexo en vivo: distintas posiciones, ambientes y trajes. A ratos se hacía aburrido. Perverso el club de Baco en la avenida Casanova.

Al salir esperamos a César y a Posto en la puerta para buscar donde ir.

3:00 a.m., la zona de fiesta estaba muerta. Mientras buscábamos hotel para Chía, los carros que llegaban eran ahora taxis que salían, los policías emergieron de lo oscuro de las callejuelas, como si despertaran. Puntuales hasta para terminar la fiesta. Pero en medio de lo bizarro, la luna menguante brillaba en los canales dejaba entrever otra Ámsterdam que buscaríamos al día siguiente. Era hora de dormir. Pero no teníamos dónde.

Chía después de mucho vagar encontró un hotel donde le cobraban como 35 dólares por una colchoneta en el remanso de la escalera y los pagó. Nosotros tres teníamos una idea: gracias al europass podemos tomar cuantos trenes queramos hasta mañana ... tomemos un tren ida y vuelta a algún lado y dormimos en el camino. No era descabellado, ni siquiera original, porque nos lo habían sugerido en Venezuela.

Fuimos a Rotterdam, donde esperamos como una hora el tren a Antwerp acostados entre los lockers cerca de una china que dormía acurrucada dentro de su maleta. En Antwerp ya era de día. César y Posto dormían mientras yo escribía.

Ya en Ámsterdam, tras 6 horas interrumpidas de sueño, fuimos a buscar a Chía y estaba donde la habíamos dejado. Era la única ciudad en la que no quería separarse de nosotros. A las 11 a.m. aproximadamente comimos en las escaleras de un supermercado. Pan francés. Queso holandés. Lo más barato.

Luego de comprar franelas nos separamos de nuevo. César y Chía fueron a ver el museo de cera de Mme. Toussaut. Yo fui al Van Gogh (a su concepción impresionista de la vida, la muerte, la familia y la soledad), mientras Posto esperaba descansando en la puerta.

Nos reencontramos para ir al Sex Museum, que cubrió enteramente nuestras expectativas. Parecía tonto y mal hecho, pero era bien elaborado. Pensado y estructurado para impresionar, informar y educar. Había desde documentales en video sobre pornografía hasta descripciones de perversiones sexuales en fotogramas. De lo más rosa a lo más negro.

Al salir, nos quedaba una vez más poco tiempo, pero corrimos hasta la estación y lo logramos. De hecho, sólo había fallado para tomar el tren a Ámsterdam. Eventualmente nos cansaríamos de correr.

O. Amberes, 180798