Sobre "El fútbol a sol y sombra" de Eduardo Galeano
El encuentro con el autor Pero quedaba el fútbol. Es extraño para dos escritores tener un primer acercamiento es un área aparentemente distanciada de la creación literaria, sin embargo, no hay que apresurarse a recargar la lista de milagros reales o aparentes de la vida por haber tenido como primera lectura de las diferentes obras del autor uruguayo, "El fútbol a sol y sombra".
¿Hay algo mejor que un libro que tenga en su final una puerta que le permita ser eterno, un texto que, domingo a domingo, en una ciudad de cualquiera de los cinco continentes, o cualquier otra noche donde se dispongan de manera ceremoniosa veintidós jugadores y una pelota a competir once contra once? Un libro como el de Galeano debería tener páginas en blanco al final para que uno pueda completarlo con la experiencia y la memoria propia. Tal vez con mayores limitaciones de lenguaje que el uruguayo, pero con esa satisfacción ciega y casi mezquina que da la escritura propia.
En otro capítulo está Rudd Gullit, el gran jugador holandés, guitarra en mano, cantando por la igualdad de la gente de raza negra. También Maradona domando una pelota con los pies o con la mano. Zico, el brasileño, volando en Japón a los cuarenta años, todo por un gol. O a un grupo de emperadores o monjes sagrados manejando un negocio de miles de millones de dólares llamado fútbol asociado y vendido por la F.I.F.A. Desde los arquetipos del ídolo, el fanático, el portero como chivo expiatorio y la creación del juego y sus herramientas hasta el recuento de algunos de los goles más entrañables de la historia, "El fútbol a sol y sombra" cuenta la Historia y las pequeñas anécdotas de un deporte que es capaz de emocionar y hacer llorar a un pueblo entero como Brasil.
Galeano habla de los sueños donde era un jugador privilegiado en contraste con el "pata de palo" que era despierto. Habla de las reivindicaciones que tuvieron oprimidos y disminuidos, con venganza instantánea, ante sus superiores rivales (cómo Uruguay fue hasta Brasil para arruinar el comienzo ya casi consumado de una gran fiesta en el '50, cómo Argentina sintió que recuperaba las Malvinas en el '86). De cómo siempre han existido jugadores para quienes la pelota no es más que una extensión del cuerpo sobre la que tienen tanto control como el que pueden tener sobre sus piernas o sus manos. Todo con un lenguaje sencillo pero generoso. Un lenguaje que el fútbol merecía, esperaba.
Si uno tiene suficiente valor para simplificar puede ver que la vida, con certeza, tiene fin y no hay posibilidad de prórrogas ni alternativas de prolongación del tiempo propio; por eso siempre es bueno dedicar parte del tiempo a jugar para poner las cosas en perspectiva o a ver a quienes tienen como trabajo participar en un juego y cada vez que entran en la cancha comienzan una vida de más o menos noventa minutos en la que tienen que nacer, apurarse a aprender, trabajar, aceptar y asumir responsablemente, independientemente de la conveniencia del mismo, el resultado final.
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