El Chino salió más peo que nunca, “Valles” prometía llevarlo a su casa pero testarudo hasta la conciencia y la noche, agarró su taxi y decidió su suerte. Justo en la esquina se paró un destartalado del quien sabe cuanto, así, pasaba una de esas cosas que no preocupan, se intercambiaba el precio hasta la casa por una cifra que nunca se equipara al descanso.
Había una epidemia de luces y desvíos esa noche, tantos tornillos sueltos en la cabeza, tantos escoceses con manteles de “falditas” dejaban todo como para echarse una cerveza más y anestesiar el trabajo ininterrumpido que tiene todo cerebro de poeta. Lo que algunos insisten en llamar tormento, el escriba nombra como vida, chivo que se devuelve se 'escnuca, El Chino se metió en el bar del lado.
Tropezado a la manilla de la puerta y el cigarro, dando paso a la barra larga, estaba aquella cualquiera que resultó única para los ojos de aquel que no tenía nada, con su uniforme azul y su pistola al cinto. Recién caminada la faena, no quería llegar a la casa, procastinaba, reventar la cara de un marido que olía intimidades de quinceañeras mientras ella se regaba por bares y estatuas del silencio.
El Chino la notó, con esa mirada que tenía en el 65, pensó dos segundos, esto es mil doscientos nacimientos, cuatrocientos cincuenta asesinatos, sesenta besos en la boca, mil cachetadas, tres mil suicidios, seiscientas especies extintas y muchas sonrisas, muchas sonrisas, ella lo detuvo.
De bala y bola apunto a su frente, fijamente sin un pulso que la hiciera temblar, apunto, armo el martillo, el tímpano, las amígdalas y enseguida se oyó el disparo:
“... Cómo camina una metropolitana que recién ha matado a alguien,
En qué piensa una mujer que recién rompió un corazón,
Cómo ve el rostro de los demás y los demás como ven el rostro de ella,
De qué color es la piel de una mujer que recién asesinó alguien,
De qué modo se sienta una mujer que recién mató algo,
Saludará a sus enemigos,
Pensará que en otros países está nevando
Encenderá y consumirá un cigarrillo
Desnuda y sin baño dará vuelta
Al revolver de bala fría o de bala caliente
Dará vuelta a los dos a la vez
Como se arrodilla una mujer que recién asesinó a alguien
Soñará que la felicidad es un taxi que espera
Regresará a la niñez o más allá de la niñez
Cruzará ríos montañas llanuras noches domesticas
Dormirá con el mal sobre los ojos
Amanecerá triste alegre vertiginosa
Bello cuerpo de mujer
Que nunca fue dócil ni amable ni sabio...”
Desarmado, sin el sable ni siquiera de su memoria, con su caja de zapatos bronquial temblorosa, El Chino utilizó el aliento que tenía comprometido para ordenar la cerveza, resignándose a la casa y le envió de vuelta un anticipo de sus próximos silencios...
“... un rey midas distinto
todo lo que toco o me toca
lo desordeno
lo convierto en cuchillo
llevo sobre los hombros una pesada piedra
en Venezuela 1967 la muerte es lo menos grave
que me puede suceder
soy el acosado ferozmente
y asumo toda responsabilidad... ”
(El acosado 1967)
Con permiso de correr, logro temblar el paso, cruzar la puerta, llegar al taxi que lo esperaba, pasando levemente su sombra, por una esquina mal dibujada de la Franciso Solano López de Caracas, que como todas las de esa avenida, no tiene nombre, sino cuentos.