I El libro en valor absoluto
Jay Luvaas, se convierte, prácticamente en un medium. Con el antecedente de haber emprendido un trabajo similar con Federico El Grande, el autor va recopilando documentos públicos y privados de Napoleón, organizándolos de manera coherente, hilvanándolos y termina por poner a hablar, al parecer sin mayor distancia con el lector, a uno de los llamados Grandes Comandantes.
En "On the art of war" vemos a Napoleón reflexionando y haciendo. Recomienda a su hermano José Bonaparte poner orden en España; anota las biografías de Federico El Grande, Turenne, Alejandro Magno y César; se considera a sí mismo como menos osado que estos personajes en un ejercicio de humildad dudoso pero interesante. Dicta órdenes a sus diferentes unidades desplegadas en toda Europa y confiesa que su plan real es apoderarse del mundo pero obstáculos personales y de la dinámica de su ejército se lo han impedido y lo impedirán.
Napoleón Bonaparte es el hombre que en cuestiones de guerra no consulta a nadie y en las diplomáticas a todos. El guerrero que observa que "sin la disciplina no hay victoria". Y ve al mundo civil como un mal necesario: después de todo, una vez que se sabe historia, geografía y matemáticas se pueden conseguir claves para salir por el mundo y conquistarlo, literalmente.
Leer el libro de Luvaas es vivir durante casi 200 páginas en un mundo de jerarquías rígidas y de órdenes que, se compartan o no, deben acatarse. Es un mundo de grandeza que, cierto, pierde gusto hoy al ver en retrospectiva y toparnos con Waterloo, Santa Helena y el mísero final de Bonaparte; pero como el estamento militar comparte desde las primeras agrupaciones ciertas claves para comprenderlo, este compendio de curiosidades históricas que es "On the art of war" tiene un valor agregado al leerlo entre nosotros. Es un libro disfrutable.
II La lectura en contexto
"Yo pisaré las calles nuevamente,
las calles de Santiago ensangrentada
y en una hermosa plaza liberada
me sentaré a llorar por los ausentes"
...canta Milanés en una de sus canciones, a las cuales constantemente se les señala como poemas con un valor estético propio y, si nos adherimos a la convención, entonces debemos buscar en el texto, en sus imágenes, evocaciones que se conecten con diferentes realidades, tener incluso la sensación de apropiarnos de ellas.
Un día conversaba con Daniel sobre los retos que como escritores tendríamos por haber vivido estos años oscuros de Venezuela y coincidimos: principalmente deberíamos convertirnos en apoyo a la memoria colectiva para que nadie, cuando dejemos atrás esta tragedia, se le ocurra rescribir la historia para maquillar los hechos, para añadir demagogia y evitar la infamia de años.
Por eso, cuando releo los versos de Milanés pienso en lo mezquino de ese anhelo de ver las calles ensangrentadas en memorial victorioso, cuando en su país la sangre está congelada en las venas de sus habitantes de temor y opresión. Y pienso en mi patria, en la conversación con Daniel y veo cómo los que hoy cantan al "bienestar del pueblo" fueron los primeros en provocar en Caracas calles masivamente ensangrentadas por motivos no relacionados con el hampa. La sede de Venezolana de Televisión ensangrentada, el Palacio de Miraflores ensangrentado, La Casona ensangrentada, la Avenida Urdaneta, la Avenida Sucre, la Avenida Baralt, la Plaza Altamira, el Paseo Los Próceres. Ensangrentados.
En verde (como subrayé el libro de Rojas Guardia, como subrayo mis libros desde hace más de seis meses) leo a Napoleón cuando dice que "aquel que prefiere la muerte a la ignominia se salva a sí mismo y vive con honor, mientras que por el contrario quien prefiere la vida muere cubriéndose de vergüenza". Y tomo nota que podré comenzar el recuento con esos pocos segundos cuando por televisión salió un hombre delgado y desencajado de temor, cabecilla de un golpe de estado, con uniforme de campaña diciendo en febrero del 92 que "por ahora no había alcanzado los objetivos que se había trazado".
"Un buen comandante primero renuncia antes de ser el instrumento de destrucción de sus propios hombres" afirma Napoleón y vemos al mismo hombre, presidente constitucional ahora, en abril de 2002 riéndose y contando anécdotas folklóricas mientras alrededor de su palacio de gobierno nada se oía entre gritos y disparos. Así podríamos comenzar, Daniel, el recuento que nos toca y aprovechar los comentarios de Napoleón.
Un personaje de Sábato afirma sobre algunas de las familias opulentas de la época de la Independencia argentina que para el siglo XX de ellas queda tan poco que apenas se reduce a sus apellidos nombrando algunas calles. En el contexto de la Venezuela actual, si se busca las raíces de las organizaciones militares y se compara con sus herederos del hoy no es difícil concluir (a menos que fanatismo ciegue al observar, pero igual, Dios ciega a quien quiere perder) que también de los Libertadores conservamos los nombres de avenidas, plazas, estados, municipios, urbanizaciones, barrios, pero de a poco hasta su resonancia, su asociación con los hechos heroicos se va diluyendo.
Entre pequeños comandantes nos encontramos de nuevo en América Latina, de hecho, podemos decir que actualmente podríamos dividirnos entre los países que hacen esfuerzos para repatriar y juzgar a sus antiguos líderes militares por los excesos que cometieron durante sus regímenes de fuerza y aquellos que tendremos que hacerlo en dos, tres, cinco o diez años, mientras por ahora los jefes una y otra vez deshonran los valores esenciales de la institución militar y sus subalternos siembran en estercoleros lechugas y rábanos que se comen los perros callejeros y los indigentes durante las noches de La Habana, Caracas o Quito.
Anoche vi una biografía de Manuel Antonio Noriega, aún en su prisión estadounidense conserva su uniforme de general y piensa en revanchas; en un libro de Oscar Yánez, encuentro una foto de Rafael Leonidas Trujillo firme en traje de gala; en un resumen de Globovisión sale el actual presidente venezolano celebrando el aniversario de un batallón vestido de campaña, gesticulando, gritando amenazas. Son estampas del poder distantes en el tiempo cronológico pero cercanas en moldes subconscientes y, como en todo relato y la historia es a más no poder el relato que más nos repiten, cada uno tendrá su forma de leerlo. Pero también en este caso nos ayudan Luvaas y, sobre todo, Napoleón:
"Entonces, ¿qué es la verdad histórica la mayor parte del tiempo? Un fábula en la cual todos coinciden, como ha sido correctamente expresado por Voltaire. En todos estos asuntos hay dos porciones esenciales los hechos materiales y las intenciones morales. Los hechos materiales son, aparentemente, indisputables, sin embargo revisen si hay al menos dos que concuerden. Y de las intenciones morales, ¿cómo pueden ser éstas recuperadas aún presumiendo buena fe por parte del escritor? ¿Y qué pasaría si entre las motivaciones se encontraran la mala fe, algún interés particular o el apasionamiento?".
Aún así quedan las calles, la sangre y deseo de convertir la ciudad, el país en una hermosa plaza liberada y tomar horas, días para llorar por los ausentes.