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Frontera


    

    Ella fuma una vez a la semana, frente a una mesa redonda (sólo si no está lloviendo).

    Él desayuna siempre después de las diez de la mañana, a veces recordando la noche anterior. Tiene los pies blancos y pulidos.

    Un perezoso trecho de tierra se acuesta entre ellos. Anciano, inamovible: cercado por cinco fronteras, salpicado por volcanes que sangran cada cierto tiempo, acompasados como un ciclo lunar o una sonata.

    Ninguno de los dos piensa al respecto.

    Ella escucha en la quietud; ocasionalmente un tercero les hace compañía. Afuera vive una ciudad ordinaria: gente presuntuosa estudiando mitología, viejos que caminan con los pies hinchados y escupen en el piso, palomas que mueren en silencio.

    Él besa labios de soledades redentoras. Luego sonríe un poco. Se cansa del café negro, las madrugadas frías, ciertos recuerdos que lleva escritos en la garganta, en la punta de los dedos. Algunos a lo largo del pecho. En su ciudad mujeres harapientas mastican el pan lentamente mientras cruzan la calle y se pierden en la próxima esquina sin que nadie les escuche la voz.

    Dos mares, al este y oeste, nadan hacia la orilla sin tocarse jamás, en un coqueteo incesante que no se consuma desde el inicio del tiempo, cuando aquella tierra de volcanes aún no tenía edad. En sus aguas anclan algunos barcos, anidan algunas gaviotas.

    Ella y él miran cientos de ojos negros al día, miles. No los han contado. En ambos la sangre sisea a ritmo de hambre insatisfecha. Con suerte logran intuirla.

    A lo largo de las cinco fronteras bulle un crucigrama de trenes que nunca se encuentran para formar la palabra buscada. Las noches transitan a sus anchas metiendo los dedos en los últimos rincones: goteras del tejado, hojas de siempreverde, llagas que no curan. Los días humillan la esperanza, coquetean con ella, la azuzan, la llenan de flores dependiendo de la ocasión.

    Ella y él a veces piensan en lo mismo: acercamientos equívocos, altares que pierden todo sentido, minutos de más o de menos que le sacan la cuenta a sus vidas y besan largamente el silencio. Manantiales que fluyen en una espesura que desconocen.




-Tatiana Sledzinski
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