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sábado en la noche: y seis tazas de café servidas en esta cena de ojos saturnalmente equivocados: al fondo un cuadro de manhattan b&n: surrealismo, teorías sociológicas: el absoluto afuera, la experiencia de desconocimiento, de no-ser, de no-aprehender: de cosificar: sábado en la noche: y este fastidio de esperar mientras nos tropezamos la muerte -Tatiana Sledzinski |
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Viñetas Oscuras
La niña corrió -casi por instinto- hacia el centro de la plaza donde una estatua ecuestre, grande como un refugio, la esperaba. La bala la alcanzó justo antes de llegar y dibujó curiosos patrones en rojo sobre la inscripción que rezaba: “Al Padre de la Patria”. 2 El frío olor del consultorio retoñaba en sus huesos como una profunda angustia que le impedía articular palabra. Por tercera vez su padre, vestido con la bata blanca ritual, le gritó que abriera la boca. El golpe le robó la conciencia. 3 No dejaba de sorprenderse. A pesar de los cientos de veces que había transitado la misma senda, se le seguía haciendo agua la boca y mientras se acercaba a la plataforma para colocar la cuba en su lugar el tibio rubor le invadía el rostro oculto por la capucha. 4 Miró al vacío. Sintió cómo la brisa le hablaba de olores lejanos que asoció a su infancia. Abajo, los transeúntes ajenos a lo que iba a suceder- iban de un lado a otro siguiendo el ritmo urbano. Por segundos pensó en arrepentirse. Finalmente, la empujó. 5 Dejó lo mejor para el postre. De la mesa llena de instrumentos tomó la cucharita de plata que alguna vez la Tía Tula le legara como única herencia. Colocándola frente a su rostro, miró su reflejo distorsionado, casi tanto como el de quien tenía frente a sí. Con un ágil movimiento de muñeca le extrajo el globo ocular. 6 Era hermosa. Sus blancas turgencias contrastaban con el contundente negro de su vello púbico. Esperaba, erguida y curiosa, que el agua finalmente brotara de la regadera. Un último pensamiento cruzó su mente: ¿Qué era aquel extraño olor que todos percibían? 7 No era la violencia del acto en sí lo que la seducía, sino aquel tibio sabor metálico que se alojaba en su boca cuando todo había terminado. 8 La tarde se caía a pedazos. En la esquina norte Joaquín hacía esfuerzos sobrehumanos por diluir su angustia en el espeso caldo blanco que le colgaba al final del cucharón. Una gota de sudor, gorda como una gato, le arañaba la sien. El guardia nunca supo dónde fue a parar el miembro amputado. 9 La tarde avanzaba a duras penas, trastabillando entre macizos nubarrones que parecían pegados al cielo. Benjamín observaba fascinado cómo los de turbante apuñaleaban a su abuelo. Primero el biberón golpeó el suelo, luego su cabeza. -José Montelongo |
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