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Top-5 sitios para desaparecer

Top-5: s. Lista arbitraria, extremadamente personal, hecha por un colaborador de Panfleto Negro.

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Yo suelo desaparecer en sitios muy comunes. Sobre todo, suelo conservar la esperanza de ser encontrado. Por eso, aunque siempre pensé en desaparecer en El Ávila, nunca lo hice. Siempre pensé en irme a una playa de oriente. La más lejana posible, hacerme pasar por bohemio, por artista, por fotógrafo, por extranjero, y ganarme, a punta de exotismos, los favores de una muchachita costeña de caderas divinas y dieciocho añitos. Pero nunca lo hice. Siempre terminé por desaparecer en el cine. Con la esperanza de ser encontrado, para más INRI. Con suerte la película me haría pensar. Mucho de lo que he escrito, de hecho, es consecuencia de esas “escapadas”. Lo otro que solía y aún suelo hacer es tomar la bicicleta. No importa lo cerca que desapareciera, la bicicleta siempre me regalaría el espacio que necesitase. Además, siempre podía ser encontrado por casualidad. Fuera de ello, suelo desaparecer en conciertos gratis de bandas emergentes, museos de arte contemporáneo que aún no entiendo, librerias raras o tiendas escondidas de discos, en fin, sitios donde espero encontrar a alguien, donde deseo ser encontrado por alguien, cosa que no suele suceder y que es natural, según entiendo de mí mismo, porque cuando deseo desaparecer, suele deberse a la tristeza de sentirme solo y al deseo natural de acabar con ello.







5. México DF: La ciudad más grande de América puede ser aterrorizante para los que estamos acostumbrados a caminar y defendernos solos en ciudades –pueblos- más pequeños. No es Nueva York, no es París o Lima, las distancias son extremas, los mapas no sirven, no existe una cantidad proporcional de hitos identificables, todas las avenidas principales se parecen y los nombres de las calles están mal colocados o cubiertos de hollín. Navegar por una ciudad en la que hasta los taxistas preguntan direcciones y consultan gruesos libros de mapas, es una garantía para perderse.

4. Caracas: A pesar de ser una de las ciudades más densas -y por consiguiente, pequeñas- del mundo, la capital sin ley garantiza miles de escondrijos rodeados de un paisaje y un clima ideal. Caracas es además una de las pocas ciudades del mundo en la que uno podría salirse con la suya en casi cualquier tipo de crimen. En el caso de faltas menores como robo y asesinato, solo hace falta regresar a casa, si se trata de violaciones mayores, basta con asegurar una fuerte suma a los cuerpos de inteligencia. Si no, pregúntenle a Montesinos, por nombrar al más reciente de una lista de famosos criminales que han montado su caleta en Caracas durante los últimos cien años.

3. Las tierras altas de Escocia: Traté de no contaminar esta lista con imágenes clichés, pero no pude. Las Highlands son como salen en las películas: vastas, solitarias, verdes en verano y con el eco de las gaitas tocadas por los fantasmas de quienes eligieron desaparecer allí.

2. Las trampas de un amor no correspondido: El único punto de esta lista que es una advertencia y no una recomendación. Este lugar, además de ser el más fácil para perderse, es, creo yo, la simulación más fiel de uno de los infiernos que Dios nos tiene preparados.

1. La isla de Margarita: No hace falta hacer un show mediático y pedir asilo en Dominicana o Costa Rica. Los protagonistas de Judas Kiss saben que puedes esconderte en Margarita y nunca ser encontrado (bueno trampa, el director era Venezolano), al parecer también lo saben quienes dicen que la plana mayor de Al Qaeda se baña tranquilamente en Playa Caribe (por más ridículo que eso sea, es una evidencia de que es un secreto a voces). Yo seguramente la elegiré cuando me busquen, a sabiendas de que les será imposible encontrarme. Moriré y seré enterrado en un cementerio anónimo cerca de El Manglillo. Mis únicos visitantes serán el sonido del mar y viudas profesionales de doscientos años imposiblemente vestidas de negro en tardes de treinta y cinco grados centígrados. La residencia permanente en una isla como Margarita supone la eliminación de todo pasado y rastro de identidad, la absoluta desaparición.



1. Igual que Poe describió el mecanismo de una carta robada donde Auguste Dupin establecía que: «Quizá lo que los induce a error sea precisamente la sencillez del asunto», los actos de desaparición pueden y deben ser proclives a los lugares públicos. La ciudad, sus calles atestadas de personas y comercios, la insípida humanidad de los centros comerciales, el desolado abismo de las autopistas son escenarios perfectos para esa pequeña magia alienada que es el anonimato.

2. Desaparecer tiene múltiples significados. Uno, el más patético, posiblemente corresponda con el misterio de las Bermudas. Allí, en un punto impreciso entre el mar de los Sargazos y la costa de Fort Lauderdale, FL, desapareció toda una escuadrilla de torpederos avengers TBM en 1945. La voz, el desconcierto del Teniente C. Taylor se conversa como una desaparecida transcripción para la posteridad.

3. La Rue de la Huchette. Allí, según Cortázar, corría el fuego sordo en el capítulo 73 de Rayuela. En pleno corazón del Quartier Latin, muy cerca de Saint German des Prés, la Rue de la Huchette es una calle estrecha, abarrotada de cafés, librerías donde, por cierto, existen ofertas de apartamentos de alquiler. No he desaparecido en ella, pero espero hacerlo algún día, lejos de las porteras de roncas voces.

4. Para hacerla visible, podríamos decir que Chaguarama de Loero está ubicada a Lat. 10° 42´ 26N y Long. 63° 2´ 26 W. Una dirección más intuitiva sugiere que se suba una pequeña montaña, al costado Este del pequeño valle, y se llegue a Playa Nivaldo, el lugar preciso de la desaparición. Es una playa que no debe medir más de 200 metros. Tiene aguas frías (como en toda la costa de Sucre) y, frente a ella, se levanta un peñasco coronado por una vegetación de verde intenso a donde van a dormir los pájaros. Las tardes, de un naranja delirante, a veces insinúan la presencia cercana (pero imaginaria) de la isla de Margarita. Desaparecí en ese lugar hace unos años. Todavía no he vuelto del todo.

5. No es preciso ser un prestidigitador, invertir en capas con falsas filigranas de oro. Basta con tener un baño. Ya desde la época egipcia, se supo siempre que el baño era un lugar especial para la vida. Los egipcios más adinerados solían asociar la ceremonia del baño a un ritual de naturaleza religiosa que, al final de la jornada, solía coronarse con ungüentos perfumados, así como por desfiles de guirnaldas florales. Incluso los más pobres se hacían untar con una mezcla de aceite de ricino, menta y orégano. Menos voluptuoso, el cuarto de baño contemporáneo no deja de ser una opción válida para pasar modestos (pero tal vez decisivos) minutos de desaparición.






Mis desapariciones no son más que un medio insuficiente para lograr el desvanecimiento absoluto. Cuando el ilusionista se cubre con una tela, y un segundo después no queda ni su rastro, el aplauso premia la evaporación de ese cuerpo que imaginamos en alguna dimensión etérea. Sin embargo otro acto mágico está ocurriendo en los ojos del mago ante quien desaparece todo el teatro, el decorado y el público. En un instante deja de ver cientos de rostros atentos a cualquier error, deja de ser encandilado por las luces y se encuentra en la soledad de una caja cerrada o en un oscuro pasadizo bajo las tablas. Ese momento tiene que ser lo más parecido al silencio absoluto. Algún día me gustaría leer en el periódico el caso de un mago que no haya retornado tras la ilusión. Debe ser toda una tentación estar ante esa puerta abierta y dejar a todos los que te han rodeado con la más simple explicación para justificar tu ausencia: “¿Él? Solo sabemos que desapareció una tarde en el escenario”.

Acto 5: La Cámara Negra o Cine en Solitario. En la butaca, cotufa en mano y sin compañía alguna, la pantalla se ensancha hasta rodearte y por dos horas no eres nadie, eres la historia, el paisaje, o, con suerte, el protagonista. Al encenderse las luces tardas en recordar quién eras antes de la película.

Acto 4: Teletransportación o Tacarigua de La Laguna. Estar una noche en la mitad de una playa de 15Kms de largo, sin teléfonos, sin televisión, sin siquiera carretera, hace que todo se esfume de la mente y lo único que importe sea la respiración del mar. Poco a poco uno se hace ola, viento, estrellas y desaparece sin esfuerzo porque nunca estuvo, porque nunca fue, porque no es más que una partícula prescindible, y a la playa le da lo mismo si uno de sus granos de arena decide largarse o quedarse.

Acto 3: El Truco de los Espejos o El Barrio Gótico. A veces desaparecer es hacerse rodear de gente hasta confundirse. En el Barrio Gótico de Barcelona está el ruso que toca laúd, el cantante engominado que sorprende con arias de Verdi a los transeúntes, el dueño de la tienda de libros y antigüedades, la viajera que pinta la muralla en carboncillo. Normalmente la huida dura lo que tardas en recorrer el barrio, pero en el fondo sabes que si en el camino llegas a converger con cualquiera de esos personajes, tu vida se volverá algo completamente distinto y puede que nunca quieras volver.

Acto 2: Escapismo o La madrugada. De 12:00am a 3:00am no es un lugar, pero es la hora en la que las articulaciones son lo suficientemente flexibles para librarse de la camisa de fuerza. No hay ruidos, obligaciones, trabajo ni horarios. Es el momento de la invisibilidad absoluta y de recuperar mis pedazos desperdigados a lo largo del día.

Acto 1: Numismagia o el baño. Es como el truco de desaparecer la moneda, no es el más vistoso, ni el que más guste; pero es el más común porque siempre está al alcance. La vida es como un cassette. Con frecuencia la cinta se enreda en el reproductor y hay que detenerlo mientras uno vuelve a poner todo en su sitio. En épocas malas pierdo la cuenta de cuántas veces entro al baño en un día sin necesitarlo. Simplemente para estar solo, poner la cabeza en orden y luego seguir con el guión. Así se ganan unos metros de ventaja a la locura.




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