El mes pasado, los Tedios llegaron al número 24. O lo que es lo mismo, dos años (ininterrumpidos) de aparición mensual. Ocurrieron, sin embargo, otros eventos cíclicos infinitamente más importantes. Por ejemplo, en ese mismo lapso, mujeres de todas partes del mundo experimentaron 24 ciclos biológicos de apogeo y perigeo, (algunos de ellos entre desfloraciones y súbitas suspenciones en breves pero intensas alarmas embrionarias dilucidadas por las formaciones superiores del endometrio) para recomenzar, luego, el proceso de selección de un folículo dominante. Al mismo tiempo, el planeta asistió a la secuencia fascinante de 24 fases lunares que iluminaron u ocultaron, entre una luna nueva y una luna llena, el descampado de los montes y las breñas, a la vez que, por fuerzas newtonianas, afectaron la regularidad las corrientes marinas en períodos de ascenso y descenso, a razón de dos mareas sicigias y dos de cuadratura por día. Visto desde otra perspectiva: transcurrió un lapso en el que la tierra se alejó y volvió a la proximidad del sol en dos ocasiones, describiendo una órbita milenaria, pero no eterna, pues en su traslación (a razón de 108.000 km/h, acompañada por la rotación de 1690 Km/h), continua ocurriendo un desgaste progresivo, infatigable, que sigue achatando su volumen en los polos. En dos ocasiones, las aves del norte emprendieron su ruta migratoria a las antípodas del Sur, en un recorrido anual que se inició a partir de las glaciaciones de la Era Cuaternaria. Los salmones asturianos ascendieron la excitante cuesta acuífera de la villa de Pravia en busca de las más altas afluentes, en las cuales, abandonarse a la lujuria de ovar entre las aguas tórridas. Los osos de los bosques canadienses se desplomaron en el sueño hipotérmico de las oseras, manteniendo un ritmo de diez latidos cardiacos por minuto a la vez que sus vejigas y riñones oseznos reabsorbían su urea, transformándola en amoníaco que darían lugar a nuevos aminoácidos y, en consecuencia, a más proteínas. También en ese doble ciclo del tiempo una alambrada, al sur de Hungría, soportó el peso del hielo en forma de diminutos carámbanos blancos que luego se dejaron caer sobre el césped y alimentaron la tierra. Todavía debe seguir allí, tensa, indolente, a la espera del próximo invierno. En Caracas, en dos ocasiones se inició el ciclo arrebatado de florecimientos, induciendo penachos algodónicos en las faldas de El Ávila y creando el ámbito oloroso de las mañanas de lluvia, estación que habría de terminar meses después, con el inicio de las sequías y el viento seco que barrió día tras día los cardonales de las tierras del Occidente. El calendario gregoriano mantuvo su silencio contable de elefante herido, desde que al finalizar la noche del 4 de Octubre de 1582 dio un salto hasta el día 15, corrigiendo así el retraso de diez días del almanaque juliano. (Ajuste que debe realizarse a razón de años bisiestos, para así apuntalar la imprecisión de 25.69 seg. en cada cálculo anual). En ese lapso, y tomando como referencia el primer día del mes, la ciudad de Caracas anocheció y despertó 730 veces: 730 episodios en los que las luces de las casas y los apartamentos se apagaron en un intervalo variable, pero también regular a partir de las 10.00 de la noche.
En fin, dos años. En lo que respecta a la progresión de detalles y arbitrariedades de esta sección, recién ahora, 24 números después del primer Tedio, es que caigo en cuenta de que por un motivo curioso jamás terminé de escribir el por qué de ese nombre. Es también curioso descubrir que a estas alturas ya ese detalle carece de importancia. Aunque también es fútil, supongo que este es el momento para aclarar algo que he tenido la tentación de hacer desde hace mucho tiempo, y es lo siguiente: si se sigue la línea semántica de la palabra Tedio en el Diccionario de la Real Academia Española (al menos en su penúltima edición), podrá constatarse que existe una asociación remota, pero decisiva, con ciertos síntomas de malestar estomacal. Habría que dejar en claro que ese no ha sido, jamás, el propósito de estas páginas.
Sólo un par de comentarios finales. En la edición fragmentaria del Manifiesto del Crack, fechado en 2000, se lee el siguiente texto de Ignacio Padilla, bajo el título de Septenario de bolsillo. Dice así:
«Si Pessoa pudo crear él solo toda una generación en una Lisboa dictatorial y yerma de literatura, fue, ideas aparte, por cansancio. Una mañana, después de un sueño intranquilo, Álvaro de Campos despertó para escribir: "Porque oigo, veo. Confieso: es cansancio." Y en sus insomnios nació la gran poesía. De manera similar, creo que vienen todas las rupturas, desde los más cotidianos desvaríos hasta las más cruentas y radicales revoluciones; no por ideologías, sino por fatiga. Por eso aquí también está de más buscar definiciones contundentes, teorías. Acaso sólo aparecerán algunos "ismos" extraños que tienen más de juego que de manifiesto. Ahí hay más bien una mera reacción contra el agotamiento; cansancio de que la gran literatura latinoamericana y el dudoso realismo mágico se hayan convertido, para nuestras letras, en magiquismo trágico; cansancio de los discursos patrioteros que por tanto tiempo nos han hecho creer que Rivapalacio escribía mejor que su contemporáneo Poe, como si proximidad y calidad fuesen una y la misma cosa; cansancio de escribir mal para que se lea más, que no mejor; cansancio de lo engagé; cansancio de las letras que vuelan en círculos como moscas sobre sus propios cadáveres».
Nabokov dejó claro (entre inmensas mariposas esquivas) que la belleza de la literatura está en sus detalles. Esta sección es, a su manera, un homenaje al gesto de voltear el rostro, entre el cansancio, el aburrimiento de una tarde quieta, y dar con la sorpresa de una imagen.
Su autor está inmensamente agradecido de todos aquellos que la han seguido este tiempo, o al menos en un instante de estos 24 ciclos en los que sigue avanzando el rumor, el movimiento de ese extraño fenómeno que llamamos vida.