Antonio Márques
El Poeta Desconocido más conocido de Caracas
Hay pocos regalos que se recuerdan con tanto cariño y por tanto tiempo como que nos presenten la obra de un poeta destinado a perseguirnos el resto de nuestra vida. Antonio Marques generosamente se ha dedicado a estudiar y compartir la obra de Fernando Pessoa en Venezuela. Por eso, y por sus hermosos textos estaré siempre agradecido.
Nacido en 1967 en Caracas, egresado de la Escuela de Letras de la U.C.V. y ganador del Premio de Poesía Victor Valera Mora, aquí se presenta una pequeña selección de los textos de Antonio. Sus amigos lo conocen como el Maestro.
Artemisas
Sucede que las mujeres son flechas heridas que yendo y viniendo hieren y desgastan su cuerpo aerodinámico. Esto es de data tan lejana como la presencia del hombre sobre la tierra. Olvidan a menudo que esta condición y actitud es heredada de su padre que habiendo asestado en la diana femenina con su mayor dedo acusador las deja dulcemente sangrantes durante décadas. Tal violencia en sus memorias desemboca en la ley del castigo, reacción inconsciente y además inconsistente. La historia se repite pero, de vez en cuando irrumpe un pectoral de sólido mineral y entonces hay que aprender, aprender
¿En qué rincón de tu alcoba, ante qué espejo,
tras qué olvidado frasco de jarabe,
hiciste tu pacto?
-Alvaro Mutis
El desprecio de una mujer
es capaz de paralizar esta maldita ciudad
El desprecio de una mujer
es apenas un vitral de blasfemias
El desprecio de una mujer
es más fuerte que un batazo de Reggie Jackson
El desprecio de una mujer
está hecho con pedazos de una joven aún enamorada
Igual que en un escenario
finges tu dolor barato
-La Lupe
Cansado en mí dejo que
tu punto de vista
se imponga definitivamente
en adelante
tu ceguera
ya me es indiferente
lo mejor de tu presente quimera
meras ganas
de deshojar palmeras ideales
mas ahora (menos males)
que te soporte el de enfrente
Te quiero para un sueño
-Fernando Pessoa
No me impongas tu cuerpo
no arremanges mi mirada
no cruces este suelo con ansias de quedarte
no bailes con la lengua de cualquiera
no amedrentes mis flores con el filo de tu sombra
no me prometas materiales que distraigan mi sonido
no mengues tus humores y alégrate de ser indigno
no midas alimentos no guardes
no nochees la luna cenízala aunséntala
no me ensuegres tu amor de llamas apagadas
no no y no nada
no acepto devoluciones
no hago tratos con mis trotes que son tretas
no me busques (mi ceño no enseña)
no olvides que yo te olvido
no soy boutique de felicidades para nadie
no viendo no vendo
nomás te doy esta comisura que entretenga
tus numerales insepultos
no natos
Fuera del Castillo de Windsor
me veo con una mujer de Peter Lely
Eros juega en su regazo y no me importa
Sus dominios: apenas su mirada y una piel
barnizada por el tiempo
Mi lady y yo nos entendemos
en esta habitación
el amor es el castigo de la locura
Ad Lolium
¿No saldrás tú de tu letargo eterno? -Epístola II, Horacio
¡Qué extravagancia, Lolio,
tú no te cansas!
¡No dejas que el bien sea
cuando ya lo llevas a mal!
Pero justo soy por tanta injusticia
y he de reconocerte ciertas cosas:
Que tu corazón vigoroso
carece de nieve
Que tus ropas (aún después de un naufragio)
son un epíteto feliz
Que gozas en demasía
de la protección del verso,
Que como nadie cumples con Venus
nadando en la espuma.
Sin ti todo lo tienes pues tu figura
no tiene más rumbo que la repetición,
Lástima pierdas las tardes
trenzando tus cabellos
O detrás de las viejas asquerosas
que te traen el estiércol de cocodrilo.
Si ves a Lucina o Ilitia (que es lo mismo)
no ves ni a una ni a otra,
Para ti Lucina existe
en su boca,
Ilitia está cuando atraviesas
su pecho,
Ambas son sueño y ponzoña
superiores
A tu tieso rabo sin historia
ardiste.
Siendo tú, gustoso yo finara
donde mujer
Vivir y morir quiera,
propuesta que te hago
Pues tiene gracia, delicadeza y facilidad
más tú no oyes
Ni en el reposo
pues tiemblas de sólo pensar
Tu arco aflojado.
Razón tenía Horacio:
Coge el placer que vuela
y deja el sobresalto.
¿Qué diferencia hay entre un elefante de Etosha y yo?
Como él sólo veo la vía del abrevadero
Reconozco los huesos de aquellos
que eran tan míos.
Como él antes de marcharme
los veo los palpo los huelo los beso
los cubro con la devoción
que sólo tienen la memoria y las ansiadas lluvias de Etosha
que aunque caprichosas
siempre vuelven a las planicies de mi sed.
|