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No nos interesan



-Daniel Pratt.
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 Hace unos días me estaba retirando de “un evento social” cuando un conocido me atrapó mientas me despedía:

-¿Cómo estas de trabajo?

-Full.

-Estoy buscando gente con ideas –me dijo con una mezcla de suspicacia y autoridad, los ojos brillando bajo las cejas canas.

-Tengo las personas indicadas –contesté pensando en mis amigos geniales y desempleados.

-Bueno, anota ahí –me dio su teléfono celular –. Ese es para nosotros, no lo andes dando porque después la gente empieza a llamar.

-¿Le estás contando? –interrumpió su hermana.

-Sí, me está diciendo.

-Sí, métete –continuó la hermana-, es un proyecto super interesante y vamos a hacer un trabajo excelente para cuando X -completó revelando los detalles grosso modo.

Descubierto, mi interlocutor inicial no tuvo más remedio que contarme lo que pretendía revelarme luego de una llamada y más misterio: otro de los cientos de miles de planes que todos parecen adelantar con dudosa efectividad para cuando X. En este caso, mesas de trabajo compuestas por profesionales de distintas áreas, incluyendo artistas, para construir un plan que ‘nos agrupe a todos’.

Dado el tono comeflor con el que venía el planteamiento, pregunté si tenían chavistas en las mesas de trabajo, esperando una obvia afirmación mientras daba tiempo para que se me ocurrieran otras preguntas.

-No, no nos interesan.

-¿Bueno pero al menos los menos radicales? –balbuceé estupefacto.

-Todo chavista es radical –esto con cara de ministro que afirma en televisión que hay que pulverizar a la oposición apátrida para que el país se encamine- ya a estas alturas cualquiera que apoya al gobierno es un radical, y no, no nos interesan.

Disimulando la mezcla de vergüenza, lástima y desconsuelo traté de prolongar la conversación para descubrir cómo una persona se vuelve un espejo del resentimiento, y descubrí que pensaba así por las mismas razones que yo pienso lo contrario: vio como la Guardia Nacional asesinó gente el 11 de Abril, perdió buena parte de su poder adquisitivo, ha sido asaltado varias veces, siente que el gobierno abusa de los dineros públicos y ha sido testigo del ascenso de la nueva oligarquía venezolana.

A diferencia de este amigo conspirador –porque toda mente es conspiradora en la República Bolivariana-, a mí me interesan. Pienso mucho en mis amigos chavistas y nuestra cortés y silente separación. Tengo conversaciones imaginarias en las que solventamos algunos asuntos y trato de convencerlos, cifras del gobierno en mano, de que ellos también son víctimas de la más perversa manipulación mediática y son cómplices de algunos de los mayores desfalcos de la historia de América Latina post-colonial.

Ellos, continuando la conversación imaginaria, me contestan que lo que pasa conmigo es que me da envidia, y eso no es del todo falso; es posible que tenga cierto resquemor por haber sido dejado afuera de la repartición, porque después de todo, ese dinero también es mío (más aún siendo yo uno de los que sí paga impuestos).

Acabo de hacer una pausa para leer los horrores del día y me topé con el escándalo financiero de la semana: por estos días han descubierto que durante el paro petrolero -¿cuál paro? dirían algunos amigos míos y el vicepresidente- una inmobiliaria le compró un edificio al Citibank por 4,7 millones de dólares, cash, y apenas seis días después, el ministerio de Finanzas lo compró en 9.5 millones; lo curioso, o al contrario, lo elemental, es que la inmobiliaria antes de que comprara el edificio ya estaba cotizando en Finanzas para recibir parte del pago en bonos de la República Bolivariana. Estos bonos, por cierto, fueron valuados en 60% del valor nominal, llevando el margen de la operación no a un pacato 100% sino a 152%, nada mal para esos días considerando que el dólar estaba galopando y la economía del país estaba paralizada.

Este es el tipo de cosas que me gustaría discutir, pero al parecer el fenómeno del chavismo comprende también el regodeo, la embriaguez, el deleite ante el desfalco perpetuado por los camaradas. En otras palabras, estar contengo porque el que ahora roba piensa como uno.

Basta eso para situarme en la acera de enfrente –donde deben estar todos los intelectuales, según Oscar Marcano-. Allí creo que estoy, pero con un poco de vergüenza por los que me acompañan e incomodidad por los que veo al otro lado; quizás porque a mí sí me interesan los que quieren que la gente que piensa como yo desaparezca, porque sin ellos vamos a elegir a un peor resentido, a un mayor farsante que los que gritan libertad durante un par de horas antes de retirarse al cómodo descanso de su casa o los que por otro lado se victimizan, Patek Phillipe en la muñeca, teniendo en su poder todo el dinero del gobierno venezolano.

Y sí, me da mucha envidia. Yo también quiero hacer negocios como esos. A diferencia del resto del mundo, en este país hay pocas putas y muchos, muchos financistas.

 



   

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