Monster's BallDir.: Marc Forster. 2001. Entre las leyes del guión existe una que los escritores acatan sacramentalmente: no incluir en la historia más de una coincidencia. En nuestro país de impunidades alevosas, la norma es infringir la ley. Los malos resultados son vox populi y no merecen mayor explicación que el testimonio de Borrón y Cuenta Nueva. El único género que admite el atentado a la ley, sin sufrir el escarnio público, es el melodrama. Pedro Almodovar y Arturo Ripstein, dos maestros contemporáneos del anticine sentimental, han forjado una carrera a la sombra del género, pero a un paso más allá de sus postulados conceptuales. Los guiones de Paz Alicia Garciadiego, esposa de Ripstein, y de Almodovar se construyen a partir de ciertas coincidencias fatales, pero no en función de ellas, como en la mala comedia de situación. La casualidad es un pretexto para urdir una reflexión sobre la condición femenina, en el caso de Almodovar, o para fraguar una agresión a las instituciones mejicanas, en el de caso Ripstein. En ambas filmografías, la forma del melodrama no es una limitante y mucho menos una camisa de fuerza para constreñir el guión a la opresión del sentimentalismo por el sentimentalismo. Todo esto viene a cuento para resaltar que Monsters Ball suscribe los decretos del melodrama revisionista e inconoclasta a la manera de Ripstein, salvando las palmarias diferencias de puesta en escena. La casualidad, o más bien cupido, cruza los destinos sentimentales de un racista policía retirado y una viuda afromericana, cuyo marido fue ejecutado por el policía retirado, para esgrimir la teoría de la superación del racismo por la fuerza del amor, desde el ángulo crítico de Adivina Quien Vino a Cenar, o lo que es igual, desde la indagación a la hipocresía moral tras la reconciliación racial. Para el director de Monsters Ball, como para Spike Lee, toda relación interracial está fundada en el encubrimiento de un pasado trágico, en la posibilidad de la tolerancia sobre la base de puros secretos y mentiras . El sur integrista de los Estados Unidos es el referente para narrar este melodrama rural con complejos edípicos, niño atropellado y casting de lujo. Desde la autoirónica presencia de Puff Daddy, consentido de la justicia americana en la vida real, hasta la feliz reunión de la inconmensurable aflicción de Billy Bob Thornton y la inestabilidad emocional de Halle Berry, el grupo de interpretes de Monsters Ball constituye una de las apuestas más acertadas de la temporada, no en balde cuenta con la intimidante contribución de Peter Boyle, en otro de sus señeros papeles misóginos. -Sergio Monsalve |
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Blade IIDir.: Guillermo Del Toro. 2002. La trama es lo de menos en la secuela de Blade, lo de más es el homenaje cinéfilo al servicio de un ejercicio de estilo en honor al vampirismo cinematográfico, los samurais de Kurosawa y los video games granguiñolescos. El charcutero Guillermo del Toro fabrica una salchicha desabrida al principio, pero apetitosa en la última mordida, cuando la cita a Nosferatu conjura el espíritu romántico del blackula neogotico. Las referencias a Murnau abundan como en las demás películas del autor Mejicano, aunque uno eche de menos sus renombrados contrapicados en diagonal. Las angulaciones de cámara y la poética expresionista del director, sobreviven, a duras penas, en función al compromiso visual del cine comercial: el montaje de choque en la lógica videocipera de mientras más cortes por escena, más le va a gustar a la generación MTV, a la audiencia condicionada por el zapping. Es la expresión de la estética de la desaparición, de la sobreinformación que borra el pasado por la urgencia de la novedad, para converger en un no lugar: el séptimo arte sin identidad, el cine homogéneo y monótono de protagonistas que recuerdan otros protagonistas, de decorados que evocan a las escenografías de siempre, de historias clonadas de la dramaturgia universal, de películas de terror que resucitan a Dracula sin el menor interés de volverlo a sepultar . Blade II es un periódico de ayer, un caliche que volvemos a leer para reencontrarnos con el ayer, y para reconocernos en el estancamiento de un presente que avanza a paso de secuela. La pirotecnia visual y los efectos especiales son los verdaderos protagonistas de la función, y casi le roban el show al propio Blade cuando entra en acción. De hecho, Wesley Snipes es suprimido de muchas escenas para ser sustituido por un replicante digital, que hace más verosímil algunas peleas tipo Matrix, algunos combates cuerpo a cuerpo tipo Yokosuna contra el Enterrador, y algunas viñetas arrancadas de los anales de Mortal Kombat. Mortal Kombat es un juego de rol en video, una especie de Robison, la Gran Aventura, una suerte de Vale Todo, un Rocky sin lloronas de Stallone, un Fight Club sin animo contracultural, un Celebrity Deathmatch sin estrellas de plastilina, un Karate Kid en versión gore, un campeonato de arte marciales sin leviathan, consagrado a coronar al lobo que se coma a los demás lobos en competencia Los niveles de dificultad se van incrementando a medida que se aproxima el combate final, cuando los dos sobrevivientes se baten a duelo por la unificación de los pesos pesados. El éxito comprobado de la formula, o la capacidad para invocar el tiempo del fin justifica los medios, devino naturalmente en su adaptación cinematográfica, con el nacimiento de un género bendecido por la teología de las multitudes. Ahora no hay película de acción que no rememore a un juego de rol, y no existe pop corn movie que no acabe siendo una maquinita. Considerando las recaudaciones millonarias de Lara Croft; considerando que, según Cahiers du Cinema, Harry Potter es lo más parecido que hay en el cine a un video game pedagógico, por no decir adoctrinante; considerando que todas las películas retrofuturistas, tipo El Señor de los Anillos y Las Guerras de las Galaxias, se parecen mucho a Zelda; considerando que parte de la dramaturgia contemporánea se reduce al arco dramático de superar una serie obstáculos para llegar a la meta de un final feliz; considerando que Blade II sacrifica al expresionismo por cautivar al club de fans de Mortal Kombat; considerando que el vacío de poder del cine comercial fue llenado por los desechos de la era digital, decretamos la renuncia de los géneros y la entrega inmediata del séptimo arte al imperio del video game. Dios salve al Rey, y que prosigan los juegos. -Sergio Monsalve |
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InsomniaDir.: Cristopher Nolan. 2002. El insomnio como una metáfora del abatimiento moral o la posibilidad de descansar en paz tras saldar cuentas con los traumas pasado y sus secuelas en el presente, el insomnio como una representación del fracaso de las utopías represivas y las patologías implícitas en el deber de hacer el bien, son algunas de las ideas que subyacen tras la aparente convencionalidad del más reciente thriller de Cristhopher Nolan. El autor de Memento despacha dignamente un adocenado encargo industrial, un típico compromiso corporativo, sin traicionar el existencialismo desesperado de sus anteriores películas, y sin abandonar sus marcas de fábrica: dilemas morales en forma de diálogos deductivos, martirios culposos a modo de flash back, ultimátums en clave de amenazas telefónicas ,y desdoblamientos de la personalidad sin punto de no retorno, aunque, en este caso, el protagonista, en aras de la moralina en boga, ceda al sacrificio redencionista. La esterilidad calvinista del paisaje, aunada a la desolación del decorado, convierten a Insomnia en uno de los grandes thriller nevados de la historia del film noir, a la altura de Aflicción, Un Plan Simple y Fargo, tres expresiones modélicas de un subgénero absolutamente moderno por sus implicaciones alegóricas a nuestra era del vacío. -Sergio Monsalve |
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Módulo de auxilio cinéfiloCentro Plaza Café o Centro Trampa Timoplex¿Qué pasa cuando multiplexeas una sala de cine convencional, con capacidad para 350 personas, y la transformas en tres microsalas, con 70 puestos cada una? ¿Sale beneficiado el cine? No way José, la pantalla queda dividida en tres teloncitos de cinco por dos, la imagen queda achatada en los polos y abultada en el Ecuador, los estruendos de una sala retumban en las otras dos, y para rematar, hay sitios donde las butacas han sido dispuestas para que no veas la proyección. ¿Se garantiza un mejor servicio? I dont think so, las colas son las mismas antes de entrar a cada función y al comprar las chucherías, los baños parecen de carretera, y si te dan ganas en la sala de arriba, tienes que bajar las escaleras, porque el tocador de hombres, queda en el lobby de la madriguera. Y mientras bajas y subes, te perdiste una secuencia entera. ¿Gana el show bussiness? Más o menos, digamos que triunfa el bussiness sobre el show, y digamos que si los dueños no comienzan a pensar más en el cliente, a la larga no van a tener ni bussiness ni show.
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Episode IIDir.: George Lucas. 2002. A modo de introducción, y como una manera de situar en contexto, informaré de algunos sucesos curiosos que han ocurrido tras el estreno de Episodio II. De taquilla no pienso hablar mucho, sino recordar que la franquicia recaudó lo que de ella se esperaba, aunque sus ganancias se vieron mermadas por el efecto Spider Man. Por el contrario, el tema de la crítica si merece una atención especial. Mientras la academia Argentina y Francesa, dos de las más exigentes del mundo, se deshacen en elogios con la última entrega de la saga galáctica, en Estados Unidos la mayoría de los entendidos convienen en adjudicarle una C -, algo así como un 12 sobre 20 ó algo así como dos pulgares abajo sobre un máximo de cinco. Pues sí, estos locos nunca se entienden, cuando el Tío Sam dice negro, Ramonet dice Blanco. Los Porteños vieron la mejor película de George Lucas, un western espacial en la usanza lírica de Hawks y Ford, con panorámicas de un viejo oeste interestelar, duelos a muerte, cantinas cósmicas, grandes diligencias, pequeñas casas de la pradera y más corazón que odio, la nostalgia por un cine que no volverá. En cambio, los reporteros norteamericanos sufrieron el peor despropósito de la temporada veraniega, una space opera demode en la tradición de la megalomanía de Cecil B. Demille, David Lean y William Wyler, con parlamentos pretenciosos, amores imposibles, hazañas épicas, decorados sobrecargados, escenarios de repostería y arquitectura pseudoromanica, la estética kistch en pleno. Entre dos posiciones tan encontradas, un tercer grupo, casi imperceptible y minoritario, ha leído la película en los términos geopolíticos de siempre, al estilo de Frederic Jameson, con estudios comparativos entre el 11-S y el mensaje de la película, deconstrucciones semióticas del tercer tipo y trasnochados análisis metafísicos, el rebusque teórico nunca descansa. No podemos olvidar la contribución de nuestra crítica, donde la reseña de Alexis Correia ocupa un lugar especial, por las agradecidas libertades que se tomó para descuartizar a la película desde un enfoque original, comparándola con nuestra desgracia nacional, la transpolítica del muladar. El público, siempre indiferente a las pasiones de la crítica, abarrotó las salas casi por inercia, concurriendo a la cita obligada con el mito cinematográfico de la cultura meinstream. La saga de Lucas, sin lugar a dudas, es como diría Monsivais: un ritual a la teología de las multitudes, una celebración pagana donde los torquemada de la crítica nunca estuvieron tan de sobra. Asumiendo mi posición de coleado, de cuchara en baile de gallina, voy a ejercer mi derecho a la libertad de cacareo, empollando algunos versos sobre el granero. Anakin se ha vuelto un gallito de pelea, lo suyo es batirse con cualquiera, a la hora que sea. Obiwan se desespera, y no haya como dominar al pavo, su estrategia es la reclamadera, pero el kikiri no hace caso, él está reñido hasta con su cabellera, y ni Amidala podrá desenredarlo. ¿Por qué este gallito es puro odio, por qué se la pasa tan amargado, si ser Jedi es tan sabroso como trabajar de diputado? Resulta que el cloqueador es un Edipo atormentado, un gallo desamparado en busca de su pasado, al calor del amor de madre, se sueña como empollado. Mientras rastrea a la picatierra mayor, una sustituta se ha encontrado, Amidala se llama la pollita y forma parte del Senado, yo diría que es buen partido, como madre sucesora, la cluequita es comprensiva, y tiene alma de amazona, además está consentida, por todos los Jedis de la zona. Pero Anakin sigue buscando, lo que sí se la ha perdido, aunque antes de encontrarlo, no se sienta tan afligido, y tenga un bucólico idilio, con la reina del Senado. El romance es muy parecido al de la película el Guardaespaldas, aunque no es un amor interracial, y jamás se pasa de maraca, son puros revolconcitos en la grama ,como en una cuña de lavanda. Es un cuadro a lo Teletubbie, sin conejitos atravesados, Lucas tuvo el buen gusto, de cambiarlos por dinosaurios, y uno piensa que si de pronto se apareciera Pablo Mármol, estaríamos en un capítulo de Los Flinstons en el espacio. Fíjese si no en la pinta de cada monstruo, parecen provenir de Piedradura, hay un engendro igualito a Dino, y otro que Wilma utilizaría como tragabasura, incluso hay un marcianito, semejante al alterego de Picapiedra, un sapo medio erudito, y de que vuela vuela. Además habla como Toro Sentado, y se la pasa preocupado, meditando sobre Anakin, el Jedi descarriado. Finalmente llega el momento esperado, Anakin consigue a su madre, pero ella lo ha abandonado, muriendo en sus brazos, como en una de Corín Tellado. Qué novelón, estoy anonadado, pague por ciencia ficción, y melodrama me han traficado. Hoy me siento estafado, tengo una herida por dentro, estoy como Anakin, cuando queda mutilado. -Sergio Monsalve |
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