Isla uno - nubes desprendiéndose

-Daniel Pratt
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Las nubes desprendiéndose perezosamente de las montañas. Hojas gigantescas. Autopista cortando el bosque tropical lluvioso.

Aquí gana el que tenga la mejor cara de malo. El que se quite la camisa más rápido.
El que tome la primera foto, pierde.

Agustín, fotos furtivas a mujeres preciosas, tendidas desinteresadamente a tomar sol en la cubierta del ferry a Margarita. Fábricas, refinerías infernales contrastaban con playas azules fugaces haciendo aún más dantesca su presencia.


Playa Guacuco
Larva migrans subcutánea
tus zapatos en close-up
esos bichos europeos son caleta con bola.

Televisión juntos, compartiendo el silencio, mi cabeza en tu regazo envuelto en el olor del shampoo. Lo que quiero para la vida: TV en silencio, cine, sonrisas durante las dieciséis horas que permanezco despierto, que se preocupen por mi y me echen crema para el sol aunque yo no haya decidido usarla.
Quizás también eso es lo que significa tener amigos.


El Valle

Lavar platos: Actividad terapéutica que permite pensar que una cosa es compartir gustos, pero cuando compartes mañas, ya es otra cosa.

Tus ojos se negaban al mundo. Durmiendo movías tus brazos, tus hombros, tu cabeza con pequeños brincos adorables que invitaban a abrazarte aún más fuerte.

Siete y media de la madrugada. Tu cuerpo tenso como las cuerdas de un cuatro nuevo. Tu espalda a la altura de la mía, tu mirada certera en picada, zumbando a siete mil revoluciones por minuto. Desechaste tu traje de comandante espacial. Navegas gritando desnuda “Bravo”, “Eco”, “Alfa”.

Resuello sobre tu memoria como animal enjaulado. Duermes en silencio mientras mi deseo estalla, mi respiración entrecortada mueve tus cabellos, luego te levantas, me saludas, sonríes y yo resbalo por las baldosas sin poder abrazarte.

Todo se agita mientras el día levanta, otro sueño ingrato ha terminado.

Como un recuerdo mal estacionado. Ella se levanta tarde los días nublados, vestida de flores, sonriendo con cada mirada.


Porlamar

Te imaginé en estas mesas, entre esta gente, sola, imposiblemente sola, contestando correos, leyendo un libro detrás de una taza humeante de café. Yo, por mi parte, salí brincando del recinto y sonreí infinitamente al leer tus palabras con eco, una voz más profunda, casi profética.
Las cosas sin decir son una constante en mi vida, hay veces que las repito tanto en mi mente que pienso que las dije, pero como nada cambia, me doy cuenta de que no. Sueño un mundo paralelo en el que he dicho todo y me estrello y vuelvo a levantar para precipitarme vertiginoso.
No se por qué ése accidente entre signos de interrogación no ocurrió antes, en las múltiples veces que nuestros rostros han superado la barrera de los quince centímetros hasta esa estrechez que permite contar los rayos de tu iris. Algunas conversaciones me vienen a la mente, no vale la pena enumerarlas porque probablemente no recuerdes y no importa, viajan en una bala junto a una imagen tuya durmiendo a mi lado en la playa, el día de año nuevo, y la sorpresa de haber encontrado, sin razón aparente, una persona con quién compartir la felicidad de estar juntos en silencio.

Hoy, vestido de guayabera blanca y khakis oscuros, paseé por Porlamar como cualquier otro local que sabe hacia dónde va, destacando entre los turistas de brillantes shorts y franelas blancas. Tal como lo hacía cinco años atrás, cuando salía de noche con la necesidad perruna y esa soledad certera y veía la luna cuando me detenía a respirar, mojado de ganas jugaba espasmódicamente en los casinos y comía chawarmas en la calle del hambre bajo la mirada del personaje marino de mi infancia.

Todo el mundo tiene a alguien: Él, su mujer en el yate. Ella, su heladero de nariz respingada (¿será gay?) ¿A quién tengo yo? ¿Cuál mano puedo agarrar?
La de una mujer inexistente, 100% libre de sodio.


Playa El Agua

Estuvimos hasta tarde aquel día en la playa. Borrachos todos fuimos a tomar cocadas a medio camino entre El Agua y Porlamar y allí estaba, labios naranja, ojos verdes, pecas café, sentada con sus amigas, también medio prendidas, solas las tres riéndose de ellas mismas.
Gracias a esa mágica sensación etílica de no tener nada que perder, nos acercamos a su mesa, aves de rapiña embrutecidas. Nuestra conversación de allí en adelante aparece borrosa, fragmentos y esbozos de sonrisas pícaras, luego su espalda, la tira de su bikini mientras pedíamos cocadas de nuevo, el piso de tierra encharcada, sus labios detrás del pitillo.
Recuerdo, por su importancia, el momento final cuando inscribió su celular en un papelito. Desperté al día siguiente en una búsqueda frenética luchando contra el dolor de cabeza. Escarbando en la sala entre la ropa usada del día anterior, bolsos, toallas, jirones de tela.
Alejandra, que después resultaría Maria Alejandra, contestó el teléfono con residuos obvios de resaca:
-¿Alo? -prolongando la o con voz ronca.
-Hola, es Daniel...
Silencio -¡Hooola!... ¿Cómo estás?
-Muy bien, gracias.
-Creí que no ibas a llamar.
-¿Por? -imposible que no llamase.
-Bueno -Risa- Por la forma como nos conocimos.
Contesté la risa -Es verdad.

El mar, un heraldo azul cristalino
anuncia que ya es el momento.
Comienzo una vida que siempre he querido
a partir de hoy, nunca antes nada
veinticinco años en teoría
nunca antes nada,
a partir de hoy comienzo a vivir.

Como un dios zurdo lanzo mi poderosa curva indescifrable de amor.
Tú la atrapas como si nada.
Desconcertante.

Discretamente entrelazados, mi mano sobre la curva y tu ombligo,
tu cabeza apoyada en mi hombro ¿Podría ser esto más perfecto? ¿Menos olas y el agua más caliente? La brisa moviendo tus canas y tus ojos claros sonriéndole al sol.


El Yaque

Silenciando cualquier comentario
que suene a despedida,
la torre de control corta la tela
con su hoja fría de luz giratoria.

Los aeropuertos del mundo sólo esperan
a que montes un avión y te vayas
beso
feliz cruzando el detector de metales


Punta Arenas

Morir y ser enterrado en un cementerio anónimo cerca de El Manglillo. Mis únicos visitantes, el sonido del mar y viudas de doscientos años imposiblemente vestidas de negro en tardes de treinta y cinco grados centígrados.

Robar un banco en el norte y perderse luego con dos, tres, veintisiete raciones de tostón con perejil, sal, queso y salsa de tomate, en el último restaurante blanco, de la última playa, de la última isla del mundo.


Playa Caribe

Todo el día esperando tu llamada, hasta las palmeras andaban preocupadas.

Silencio en tanga mirando el cielo
no se acostumbra a andar en cueros
ni con anillos de pulgar
niega hacia arriba sin mirar
un pie sobre la cava, K, Dios guardián de la cerveza
me detengo en su sombra para no quemarme los pies.

Día perfecto en playa caribe
azul el cielo, las nubes
los bikinis
azul el recuerdo de nuestros paseos, tu sonrisa
te fuiste
día perfecto este sitio es el paraíso,
faltas.


Punta de Piedras

Mi cabeza ha volado a veinte mil kilómetros por hora desde que hablé con él. Tenía que decirle lo que pensaba acerca de ellos dos y su respuesta fue una agradable sorpresa esperada. Siempre pensé que hacían una buena pareja, pero al hacerse a un lado, él no me deja otra opción más que proceder.

Hoy, ahora, estoy soñando con llevarla esta noche al sitio de siempre y decírselo todo, que he resistido el impulso de besarla cien mil veces, que he estado haciendo un conteo regresivo desde el momento en que se fue, que he estado soñando con robarle un buen beso y tratando de imaginarme perdido en su cuerpo en la cama.

¿No será demasiado que decir para una sola vez?

Es posible, pero también es mucho el tiempo que ha pasado. La recuerdo sentada junto a mi en el ferry de ida, dormida y pienso en como he cambiado, quizás sincerado, para llegar a escribirle esto en el ferry de regreso:

"No dejo de preguntarme qué será lo que quieres ahorita ¿un hombre para zamparte? Alguien me dijo que al volver del viaje en el que nos encontramos, éramos perfectos, pero estábamos cada uno en lo nuestro, que ahora era tarde. Sin embargo, no está de más intentar. Como en todas, me pregunto si durante nuestra vida juntos usaré esta libreta de viajes."