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El Malentendido


    El niño, corriendo por la playa solitaria, tropezó con una botella que, curioso, no tardó en abrir. Fue, como en los cuentos, liberar al genio encerrado desde hacía varios milenios. Pasado el susto, el niño supo que, agradecido, el genio le concedía los clásicos tres deseos. Que no vayan contra la naturaleza de las cosas, le advirtió, dándole un ejemplo: si quieres volverte inmortal, nada puedo, así que no lo pidas, pero, si se trata de una muerte muy dulce, sí, te la puedo conseguir.

    El niño retuvo lo de “muy dulce” y se quedó en silencio. La muerte ¿qué cosa será? No me acuerdo, ya sé, la muerte muy dulce avisa que llegó con un muñequito, un muñequito para mí... Y exclamó: ¡Sí, eso quiero! ¿Qué cosa? Una muerte muy dulce. Concedido. ¿Y el segundo deseo? El niño pensó que de poco y nada le serviría lo “muy dulce” si se acababa enseguida, y exclamó: ¡que me dure para siempre! ¿Qué cosa? La muerte muy dulce. Concedido. ¿Y el tercer deseo? El niño pensó que de poco y nada le serviría lo “muy dulce” si se tardaba en llegar quién sabe cuánto tiempo, y exclamó: ¡que venga ahora mismo! ¿Qué cosa? La muerte muy dulce. Concedido.

    Y el genio dio dos palmadas y en el acto apareció una soberbia rosca de reyes: y a la tercera porción, el niño tropezó con el muñequito. ¡La muerte! dijo contento y cayó de espaldas sobre las arenas.

    El genio le cerró los ojos y miró hacia otro lado, hacia el mar. Con gesto mecánico, por hacer algo mientras pensaba, arrojó lejos la botella que había sido su prisión. Yo jamás hubiera sospechado una actitud tan madura. Acabar sin sufrir, una muerte muy dulce. Y cuanto antes, dijo el niño. Que la muerte venga ahora mismo, y me dure para siempre, pidió. Lo comprendo muy bien, quiso sellar su breve paso con eternidad, jamás resucitar. ¿Cómo, siendo un niño, supo del malentendido original de los hombres? El genio miró hacia el mar y dejó que el pensamiento descendiera a sus labios. Nacer para vivir, vivir para morir, murmuró. Y luego en voz alta como retando al mar:

    -¿Nacer para vivir, vivir para morir? No es mi problema, a qué preocuparme, allá los hombres con su malentendido original.

    Cosa extraña en un genio, se había dejado ganar por la emoción. Partió dando una última mirada al pequeño cuerpo que el mar pronto haría suyo. Y preguntándose qué mundo le esperaba, cuánto habría cambiado si los niños ya manejan el malentendido original... la última vez que visité el mundo fue para mi desgracia, acabar encerrado en una botella. Por aquel entonces, me acuerdo, se construían pirámides sobre remotas arenas interiores, lejos del mar.



-Marcos Winocur
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