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Top-5 conciertos de mi vida
Top-5: s. Lista arbitraria, extremadamente personal, hecha por un colaborador de Panfleto Negro.
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O.
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Otto Aristeguieta
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Yo no sé cuantos conciertos he visto. Muchos han sido muy buenos, pero la mayoría de los que he considerado excelentes se deben a cómo me sentí durante y después del concierto. Esa sensación generalmente me la da la gente con la que voy al toque. Así, el quinto concierto memorable sería el de Los gusanos junto a Desorden Público en los jardines del Pabellón de Arquitectura de la Universidad Simón Bolívar, mi primer concierto en Caracas y al cual asistieron, a juzgar por conversas posteriores, casi todos los personajes que un par de años más tarde serían mis amigos. El cuarto es ese mano a mano underground y casi improvisado entre Bacalao men y Team malín en el auditorium del Centro Hispano, en La Candelaria, al lado de La Naranjita China. Vero era mi compañera de baile esa noche, pendiente de hacerle ojitos a DJ Hernia. Toda una nota ver punketos bailando salsa. El primer concierto al que fui solo que no me hizo sentir solo fue la presentación del Arepa 3000 de Los Amigos Invisibles en el difunto y casi legendario The fly de Chacao. Creo recordar que abrieron con un cover de Papa was a rolling stone, que en medio de Masturbation session colearon un verso de With or without you, que tras Mami te extraño y Llegaste tarde, complacieron al que gritó Vaya Cheo, un boogaloo pa´ los panas, y que fuera de programa interpretaron El barro con coreografía y todo, El ultrafunk y hasta el tema de Miss Venezuela. El segundo sería sin duda el de Tokyo Ska Paradise Orchestra en Lintfabriek (clic) al que fui con un pana y que parecía más bien una fiesta privada de un carajo con mucha plata. No dejamos de bailar por hora y media. El mejor creo que fue el de Radiohead en el festival de Werchter. Sin embargo, reseñé un concierto posterior (clic) porque me pareció más interesante entender por qué puede un toque no ser tan bueno. Para ese eramos tres coreando absolutamente todas las canciones y gritando y brincando descocados. Es arrecho volverse carajito un rato, pero es mejor en grupo.
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5. Guaco y sus amigos internacionales en el Poliedro: fue la primera vez que tuve la oportunidad de escuchar al Cheo Feliciano en vivo. Empezaron a sonar los envenenadísimos acordes de El Ratón mientras el público pataleaba frenéticamente en las gradas del poliedro. Mi gato se esta quejando.... y apareció el Cheo como si estuviese caminando por la sala de su casa. Sentí que estaba viendo a un tío que conocía de toda la vida y que nos íbamos a comer una reina juntos al salir del concierto.
4. Juan Pablo Torres, Dave Valentin y Giovanni Hidalgo en la U.S.B: Escuchar al mejor tumbador del mundo descargar en vivo: 3.000 Bs. (que tiempos aquellos).
Ver al tipo bajarse de la tarima y sentarse a tripear con él publico el solo de batería del venezolano Andrés Briceño: priceless.
3. Chick Corea y Gary Burton en el TTC: Fui para ver a Chick Corea y aunque sabia que Gary Burton es uno de los grandes del Jazz nunca lo había escuchado. Empezaron tocando los primeros 4 o 5 primeros temas del disco Children songs de y alguna de las españoladas de Chick (creo que fue La Fiesta). La gran sorpresa del concierto fue escuchar a Gary Burton solo en vibráfono tocando My foolish heart (los mejores 8 minutos de música de mi vida). A partir de allí Chick Corea pasó a ser el pianista acompañante de Gary Burton por el resto del concierto.
2. Rubén Blades (Segundo festival de música latinoamericana): Primera vez que tuve la oportunidad de ver a Rubén en vivo y también última vez que lo vi con Seis del Solar. Escuchar María Lionza en el poliedro fue como viajar en el tiempo. Me lo imaginé tocando con Willie 15 años antes. Estaba por fin en uno de los grandes conciertos de los que hablan mis tíos y mis primos y a los que nunca pude ir por ser menor de 5 años.
1. Eddie Palmieri e Ismael Quintana en el Poliedro: La banda se monto en la tarima como quien va a tocar en un local nocturno. Las luces del poliedro estuvieron encendidas todo el tiempo y pudimos a ver a todos los músicos tomar sus puestos. Salió Ismael Quintana y todos los cincuentones y cincuentonas (que eran el 70% de la población) aplaudieron y gritaron como locos. Aun no había sonado una sola nota y salió El Sapo Palmieri. Tomó el micrófono y dijo con su acento niuyorrican: bueno..nosotro binimo a tocal....y lo que les traigo es la crema de la crema. Se quito el palto lo lanzó encima del piano y sin dar marca alguna sonó el montuno inicial de Vamonos pal monte. El concierto fue una sola cabilla de principio a fin. Recuerdo a una doña que estaba moviendo su perolera en la olla como a tres metros de mí y que gritaba a todo gañote: ¡¡¡QUÉ SA-BE-RO-SO!!! mientras Ismael cantaba: que si no puedo jamá, mira que hambre me da, dame malanga mamá, oye dame malanga....
Al llegar a la casa, mi hermano (de 15 años en aquel entonces y que fue para el concierto porque alguien a última hora no pudo ir) tomo sus discos de Guns & Roses y los engavetó hasta el sol de hoy. Había pasado la iniciación del maestro Palmieri y otro salsomano nació en ese día.
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Pedro Enrique Rodríguez
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Sergio Monsalve
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Mi vida está llena de muchas cosas, pero no de conciertos. Temo ser confesional, me incomoda escribir un top-5 falsamente desafiante, pero tengo que decir que no me gusta ir a conciertos. El motivo no es sublime, es apenas extenuado. Me fastidia comprar entradas, me aburre llegar a un sitio en al que sólo podré pasar horas después. Siento algo de desespero de un lugar donde cientos de personas gritan al mismo tiempo, donde por un rato, tendré que fijar en la memoria la antipática pareja de la fila inferior, el modo como se ven, pelean, comen, toman agua, se obstinan, hacen un intento por desembarazarse de la sensación de la ropa interior entre el pantalón, al tiempo que se nota que apenas se toleran por costumbre. Me es endemoniadamente incómodo que justo en el registro más esperado, el cantante deje el micrófono y lo apunte hacia una masa amorfa, confundida entre el sudor, el cansancio, los gritos, las drogas de experimentación y el olor a ruffles. Me exaspera tener que soportar la tortura de una bomba lacrimógena que algún gracioso dejó caer por puro odio a la humanidad. El calor, las estridencias eventuales de un error en la consola de sonido; la pésima y, ¡ay!, furiosamente persistente voz de una ninfa regordeta que se afana en gritar apenas a treinta centímetros de mis tímpanos. No me propongo molestar a nadie. Entiendo que existan fanáticos de los conciertos, admiro la buena disposición de alguien como mi amigo O., capaz de recorrer el punto luminoso de Bélgica para ver a tal grupo y después escribir una crónica musical impecable. Pero no, soy más o menos incapaz de comprender la razón por la cual gustan tanto. Prefiero un CD, un pequeño grupo de amigos, la melodiosa laxitud de una noche que se diluye entre luces vagamente tenues. Los conciertos son religiones, la música es espiritualidad. Comienzo a descubrir que prefiero la espiritualidad.
En todo caso, algo tengo que decir, supongo. Diría que el primer lugar se lo llevaría un recital de donde escuché en su primera audición la Fuga Guajira de mi amigo Ryan Revoredo, un delirio que se debate entre la expansión de Bach y las caderas de una auténtica latina. Luego, el concierto de Roger Waters, al que de todos modos no fui por motivos en cierto modo patéticos. También un concierto mínimo de Alban Artuan en un auditorio de la Universidad Católica, promediando el año de 1997. En cuarto lugar, un concierto de Serrat, al que tampoco fui por imbécil, pero del que gané un autógrafo de alguien que me quiso y todavía conservo. Por cierto, fue esa la época en la que fui a un concierto de música venezolana en la UCV y escuché unas verdaderas maravillas instrumentales. Lamentablemente, no llegué a apreciar la música de: "esta era una vieja que tenía una puerca bajo la cama la mantenía" con la que el Sr. Nieves Montero me comprometió públicamente a analizar, psicológicamente. Sí, es realmente enigmático, Jesús. Pero qué decir, la feminidad es dueña de intrincados, de complejos misterios velados a los hombres. Sospecho que es mejor no preguntarle nada a la vieja, no vaya a ser que después esa verdad nos persiga hasta el final de los días.
Por último, el más íntimo y reciente concierto: el sonido de los pájaros, finalizando el 2003 al final de la calle el Golf de Cata: armónicos, rápidos, leves, capaces de echarse a volar y perderse en la distancia mientras yo los veía desde la calle y pensaba en sonidos, en sutiles sonidos e imágenes, sin ser empujado.
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Sí señor... en cuenta regresiva les dejó con los cinco grandes conciertos de mi vida, aquellos que marcaron profundamente mi existir,que imprimieron una huella dactilar en la cédula de mi corazón, que estamparon su firma en el reafirmazo de mi memoria, por erre o por fa, ja ja ja, por eñe o por ye, je je je ... y porque tú lo pediste te te te te ...
5. Flans en el Poliedro de Caracas, porque cantaron cinco veces el himno de mi generación: no controles, precisamente en una época en la que todos viviamos controlando.
4. El General en cualquier de sus presentaciones. ¿Por qué? Porque el generala es internacionala, porque le gusta pelar la banana, y porque Horacio Blanco dice que es el Bob Marley del ragamuffin.
3. Gooooons andddd Rousessssss, Guuuuuns and Rouuuusess, Pistolas y Rosas, un concierto en el que todo salió mal, pero a la final a nadie le importo mucho porque se trataba de ...Goooons anddd Rousesssssss.
2. Soda Stereo, el último concierto. La expectativa era grande. Había un sentimiento de tristeza en el ambiente, que nadie podía contener, ni siquiera Ceratti que ya estaba pensando en los millones que le iban a entrar en la cuenta por las ganancias netas del disco. Estabamos a punto de presenciar un big show production, pero también la despedida de la mejor banda latinomericana de todos los tiempos pos pos pos... Las horas transcurrían lentamente. Los minutos y los segundos también, pero la espera valió la pena, aunque la tarima estuviese situada en una pendiente y se viera menos que en el balcón del Teresa Carreño. De cualquier forma, fue una gran emoción de multitudes, coronada por una inteligente frase que quedó grabada para la posteridad: Gracias ...Totaleeeeeees. Totales que todavía sigue contabilizando Ceratti.
1. El Concierto de fin año en la Francisco de Miranda. Con un elenco de estrellas nunca antes visto, con el debut en Chacao de Servando y Florentino, a la altura del happy niu year en Nueva York y en Epcot Center, con el patrocionio de Red Label y Banesco, todos celebramos nuestros logros sin distingo de raza, sin diferencia de clase, sin odios de por medio, unidos en familia bajo una misma consigna: se va, se va, se va ... el año viejo se va, en un territorio liberado de las pasiones políticas, de los intereses personales, de los odios entre hermanos.
Finalmente, como dice un gran sociologo, hemos recuperado la calle, hemos retomado una ciudad sitiada por el hampa común, le hemos dado un chance a la paz, a la tolerancia, con optimismo, con alegría, dándole la espalda al oeste y con la vista puesta en el lugar donde el sol sale para todos, sin olvidar el pasado y de cara al futuro, al ritmo de nuestro soñero mayor, y gracias, muchas gracias totales, al organizador de la rumba reservada en honor al slogan de Yony Wolker: Kip Woking, osea, sigue marchando y luchando por tus sueños como Roberto Baggio.
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Luis Nouel
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Jesús Nieves Montero
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TOP 5. Aula Magna. Caracas-1990
En esa época me dio por aparecerme en los conciertos clásicos de los domingos persiguiendo a Saint Saëns o Ravel. No recuerdo el nombre de la artista. Sólo sé que era japonesa y era la solista. Apareció con un vestido rojo que se entreabría como hojas de persianas para dejar ver sus largas piernas. Su cabellera lisa y negra chorreaba en el cuenco de su escote. El silencio absoluto resaltó cada paso del tacón que martillaba las tablas del Aula Magna. Con la elegancia natural de quien ha pisado cientos de escenarios y sabe el asombro que genera, se colocó junto al director, se llevó el violín al mentón, y comenzó a tocar. La pieza iba creciendo y el arco calentaba las cuerdas. Aquella mujer oriental, latigueando a la orquesta era una imagen potente para el oído y la vista. De pronto un movimiento demasiado vigoroso sacó al arco de sitio, lo enredó en una cuerda y como una flecha salió disparado. La orquesta se detuvo en seco. Nadie se movió de su asiento. En medio del silencio sólo se escuchó un par de taconazos. Tan pausada y tranquila como había llegado, ella fue hasta el arco herido y se agachó para deslumbrar a todos con un destello de muslo. Volvió a su sitio, hizo una seña al director y sin inmutarse empezó de nuevo. Sólo los aplausos al final hicieron que el tiempo volviera a transcurrir.
TOP 4. Muelle de Levante. Alicante-1997
Tenía poco tiempo viviendo en Alicante cuando aparecieron los carteles: MICK TAYLOR, ex-guitarrista de los Rolling Stones. Compré la entrada unos días antes porque estaba seguro que se iban a agotar. Convencí a un amigo de acompañarme con el argumento de que no eran los Rolling, pero sí un pedazo de ellos. Habían cerrado el puerto e instalado una gran tarima. Al entrar al recinto no había más de cincuenta personas, y nos alegramos de estar entre los primeros. Sin embargo cuando la banda comenzó a descargar blues seguíamos siendo los mismos. Mick Taylor ni se inmutó, tocó la guitarra con energía y virtuosismo. Era evidente que le daba igual los Rolling, la fama o cuántos fueran a verle; él estaba disfrutando. Nos pidió a los cincuenta que nos acercáramos, y acabó el concierto sentado en el borde de la tarima con los pies colgando. Dijo que no había nada mejor que tocar cerca del mar en noches tibias y con cielos despejados.
TOP 3. Teatro Karl Marx. La Habana-1994
Era nuestra última noche en La Habana tras 10 días en el Festival de Cine. Llegamos al Karl Marx en autobús. El teatro, como toda la ciudad, era una fotografía de hacía 30 años. El lustre de lo nuevo no existe en Cuba, de alguna manera se las arreglan para que ciertos lugares se mantengan intactos y sólo sean vencidos por la opacidad del tiempo. Los turistas entramos a nuestras butacas de inmediato, incómodos al ver que, como siempre, los cubanos tenían que hacer enormes colas y generalmente resignarse con sumisión a quedarse afuera. Fito Paez cantó desganado unas pocas canciones y, tras un concierto gris, nos mandaron de vuelta otra vez. La noche no podía acabar tan pronto, así que fui con Janeth, una amiga de la universidad, a pasear por los jardines del Hotel Nacional. Un grupito cantaba en torno a una mesa bien regada de ron. Entre ellos Santiago Feliú y Fito se turnaban la guitarra y compartían un porro para despedirse de Cuba. Nos sentamos, conversamos y destrozamos canciones. Al amanecer Janeth y yo volvimos a Caracas rozando nuestras manos en el avión y besándonos a escondidas. Nuestro único cómplice era Fito, que nos despidió con una versión de El Día que me quieras con la lengua pesada y la garganta perezosa.
TOP 2. Estadio Universitario. Caracas-2001
Natalia y yo pegábamos brinquitos escuchando a Sheryl Crow como un calentamiento. Tras varias semanas de expectación Sting era el siguiente, y buscábamos la ubicación perfecta. Nos pegamos a la tarima, nos alejamos, nos fuimos a un lado. En ninguna parte nos sentíamos a gusto: no se ve, muy cerca de la corneta, muy lejos, mucha gente. Al fin salió el que esperábamos: tranquilo, sin esfuerzos, ganándose al público con sólo estar. El estadio se mecía con la música y acabaron los empujones y los agobios. Las notas llegaban con el mismo volumen a todos los extremos y no era necesario tenerlo cerca pues Sting ocupaba todo el universitario. Compramos una pizza en un quiosco y nos encaramamos en la grada más alta. La música rebosaba las paredes del estadio y se desparramaba sobre Caracas. En vez de tararear y bailar como todos, pasamos el resto del concierto hablando de todo un poco. Cuando dos personas hacen algo diferente a las 10.000 que les rodean, queda claro que coinciden en algo esencial. La noche no fue del músico: fue nuestra, con la ciudad titilando y nuestra cena privada amenizada por los acordes del Englishman in New York.
TOP 1. Plaza Caracas. Caracas-1991
Todavía nos asustaban los rumores de golpe. A Caracas se le empezaba a chorrear su maquillaje de mujer misteriosa para mostrar sus miserias con impudicia. Sin embargo pensábamos que sólo sería un mal año y teníamos la ingenua idea de que la Cultura nos rescataría a todos. Aún gozaban de su buena racha los favorecidos por el decreto del 1x1 y la ciudad bullía de conciertos, ritmos, estilos y, sobre todo, gente con ganas de disfrutar. Me fui con Claudio y Maite a la Plaza Caracas a ver a Adrenalina Caribe y a María Rivas. Con Las Torres haciéndole sombra a la multitud se armó una fiesta en la que Evio iba saludando: ¿Dónde está la gente del 23? Y se levantaban las manos ¿Dónde está la gente de El Hatillo? ¿Dónde está la gente de Petare? ¿Dónde está la gente de Altamira? Todos estaban ahí, cantando, bailando, besándose y riendo. La ciudad no era de nadie y era de todos. Los problemas eran la inflación, la delincuencia, pero no quiénes éramos o de dónde veníamos. Mientras hubiera música y pudiéramos cantar frente al busto de Bolívar, Caracas tendría sentido.
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1. Elvis Costello, Radio City Music Hall, octubre de 1998: Compré mi primer disco de Costello en Concresa en el 96, una recopilación de éxitos de los primeros años. Luego, camino a la adicción, fui armando la colección de todos sus discos y cada día ingresaba al site Elvis Costello Information Service para ver qué más se podía esperar de él. Y lo que parecía lejano que era un concierto se dio porque justo terminaron los problemas contractuales con su disquera y se lanzaba Painted from memory, el disco con Burt Bacharach. Me metí en ticketmaster, luego en la página de american airlines a corroborar que las millas me alcanzaban para viajar y rasguñé y martilleé a mis padres para el hospedaje. ¿El concierto en sí? Primero Costello sólo con guitarra cantando Baby it's you luego Costello y Bacharach al piano, el set de Costello solo, el medley de Bacharach con tantas canciones de películas, el Anyone who had a heart de despedida. ¿Cómo podían los jugadores de los Yanquees, en plena serie mundial contra San Diego, perderse esto?. Caminé desde el Radio City a mi hotel en la calle 32 casi sin notar ni el frío ni las cuadras, sólo repasando la versión en vivo de las canciones.
2. Fito Paéz, Caracas, 1995: Mi hermana y yo nos fuimos al poliedro y con nosotros se animaron poquísimas personas, no más de 5000. Sin embargo, Fito no se amilanó ni se puso mezquino por el poco público y presentó Circo Beat de manera correcta haciendo un repaso brillante por El amor después del amor, que es un disco realmente notable. En ese concierto también conocí Polaroid de locura ordinaria e Instant-táneas de la calle, dos canciones que todavía escucho
3. Keith Jarret en el Blue Note en Junio de 1994: No, no estuve, pero ya que está grabado en un box de 6 discos que por acá tengo, no puedo dejar de colocarlo. Realmente Jarret es un bárbaro del piano, su imaginación no se detiene ante nada y eso parece alimentar a su cuerpo para que toque y toque sin parar. Además, esa manía que tiene de ir gruñendo y tarareando lo que toca está captado fielmente en estas presentaciones. La selección de standards y piezas propias de los 3 días, de dos sets cada uno, que documentan los discos ,se vuelve sublime con las dos versiones de Things ain't what they used to be de Ellington y la última pieza del sexto disco What 'bout you? Las personas que vieron The fisher King, la película de Terry Gillian van a disfrutar esta versión de la canción.
4. Zucchero, Caracas, 1997: Prácticamente yo era el único no italiano del público,. Esta rodeado de la misma gente del ítalo que para todo saca las franelas de la selección de fútbol y que van a ver a eros y hacen caravanas por las mercedes y etcétera... pero igual me entremezclé y ya no importó... aparte, el asunto es que Zucchero cantó hasta que literalmente no pudo más, 3 horas y media casi, realmente era pura fuerza, jugaba con los músicos, con el público, cantaba algunos pedazos de las canciones en español y se veía que se estaba divirtiendo y eso, como espectador, yo lo agradezco.
5. Raphael, Gran Salón del Caracas Hilton: a este concierto fui por casualidad, mi padre no pudo acompañar a mi madre y terminé emperifollado para esa velada. El asunto de compartir una mesa con un conjunto de gente desconocida y esa dualidad de cena-concierto me iban molestando... de cualquier manera esperaba escuchar las canciones de Raphael que mis padres más colocaban: En carne viva, Corazón maravilloso, Siempre estás diciendo que te vas, Como yo te amo y aburrirme lo menos posible. Pero la vida te da sorpresas y no sólo en la canción de Rubén Blades. Este señor español que siempre sobre actúa, que venía mucho a Sábado Sensacional, que ya estaba pasado de moda, se toma el concierto como si fuera la medida para entrar al cielo, pone tanto cuidado en cada interpretación que parece ir tallando las canciones. Y si uno todavía tenía dudas terminó montándose en una mesa y cantó alrededor de 45 minutos a capella. Frente a una entrega artística de estas proporciones lo menos que se puede es dar un reconocimiento.
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Daniel Pratt
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Adán Fulano
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5. Vagando entre los postes de sonido del autocine, nos encontramos a gente del colegio todos escapados con alguna excusa-, nos sentamos en el asfalto a hablar mientras pasan La Unión, Los Rodríguez, Zapato. Todos esperamos a Soda. Horas después, nos trituran en la olla, Gustavo Cerati aparece con una boina verde de dos metros de diámetro. Sólo podemos verlo, la gente gritando las canciones cancela todo el ruido que sale de los parlantes.
4. Fuera de la olla, a 50 metros de la tarima, no hay concierto sino un espectáculo de color contra las telas blancas del escenario. El sonido es perfecto. La gente apiñada abajo ve luces, nosotros vemos a esas mismas luces formando símbolos místicos sobre sus cabezas mientras Cerati canta Signos. En televisión, semanas después, la experiencia es anticlimática, quienquiera que haya estado ahí grabando, no fue al mismo concierto.
3. Los panas nos cuidan en la olla. No los conozco pero estamos, misma gente aunque sea mentira, nadie es misma gente. Una catarata de salsa negra cae desde la tarima, tan alta como los nombres que habitan en ella. Eddie le da unos codazos al instrumento, le monta el pie, lo tritura con las manos. Nada de eso se escucha, chocolate. Charlie Palmieri está vivo y se manifiesta como suele hacerlo: poniendo a su hermano a tocar perfecto.
2. En la mítica casa de Jazz, uno de los únicos herederos de Parker. No podemos pagar más que cervezas mientras el resto hace repicar sus hielos por encima de la música. Mi primo y yo tenemos una conversación trascendental sobre los amores que no fueron o seguirán siendo siempre- mientras este tipo se larga un solo de quince minutos. Son las dos de la mañana, 3 horas y tanto de concierto y nadie de la banda quiere irse. Lo pago mil veces, el pasaje, la conversación, las cervezas caras y caminar por Londres lleno de gente y vida, con un tema de Greg Osby explotando en mi cabeza a mitad de la madrugada.
1. Patio derecho central. A Chucho Valdés no se le ven las manos, busco un segundo instrumento y solo encuentro el eco endemoniado de un montuno indescifrable. Todo está detenido en silencio, quince minutos transcurren afuera pero nosotros envejecemos 7, 9, unos cuantos segundos menos. Adheridos a nuestros asientos por dieciocho gravedades cubanas, nos preparamos para el hiper-salto. Es Septiembre, el Teatro Teresa Carreño está al borde de la velocidad-luz, su fachada oriental se enrojece poco a poco.
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Usualmente cuando uno escucha conciertos piensa en aquellas grandes producciones (Madonna, U2, Michael Jackson, y otros pocos etceteras) pero sobre los conciertos a los que me referire son actos intimos, sutilezas para los sentidos, o por lo menos para los recuerdos que son un sentido poco explorado.
El primer concierto de mi vida son dos, uno, la muerte de mi madre (Una canción de nueve meses que vivi y de la cual algunos sonidos me persiguen) que devino casi como acto seguido en la galeria de arte nacional de Caracas con mi papá (concertista de cuatro solista venezolano, algo equivalente a concertista de theremin) regañandome porque corría por toda la sala mientras el tocaba el tema numero 11 (el apretaito, tema que en sus conciertos era el sustituto del pajarillo)
El segundo concierto de mi recuerdo, porque a estas alturas es evidente saber que la vida solo es un recuerdo, es aquel que nació de la invitación (de apariencia inocente) de una ex-relaciontormentoafectiva que luego de invitarme al capitolio y yo salir encorbatado y perfumado, como se debe salir para estar al lado de cualquier un politico, descubriera que el dichoso concierto no era más que un festin de acera protagonizado por un grupo de ilegales peruanos, justo, al frente del congreso, como se verá el resto de la oración siempre es importante para el sujeto.
Los otros tres conciertos de los que debería hablar los enumeraré, más que por salir del paso, por una cuestión de espacio, porque, si hay algo cierto es que un buen concierto es innombrable, mis recomendaciones son entonces para conciertos que aùn pueden verse regados por la ciudad :1) Arco Barroco -concierto para poeta y violin escrito por Daniel Pradilla- 2) Concierto para Piano y voz (de Aldemaro Romero y María Rivas, sobre todo para jovenes músicos, esta experiencia enriquecería la visión del arreglista orquestal desde el piano) y 3) el concierto que se dá a las 6.45 am en Caracas (escuchado desde el Avila) cuando comienzan a salir las guacamayas y a formarse las colas junto con el silencio de un espectador ausente soñando los miles de conciertos en los que no podrá estar por una cuestión de simple falta de compañero para practicar el concierto para Thelarmoniun y bandola guyanesa escrito por ex director de la escuela de música rara de Maracay en el año en curso, cualquiera que este sea.
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