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Perdidos en TokioDir: Sofia Coppola. 2003. No sin razón,muchos críticos comparan Perdidos en Tokio con Rain People, o a la misma Sofía Coppola con el Francis Ford de finales de los años sesenta y mediados de los setenta, años antes del rotundo fracaso de New York New York, cuando todavía producía tragedias de bajo presupuesto, inspiradas en la nueva ola, el neorrealismo, el free cinema, el underground y los mitos emergentes del viejo continente. En pocas palabras, según algunos comentaristas, la directora de Lost In Traslation evoca al realizador europeísta de La Conversación, antes que al director operístico de Apocalipsis Now. De igual modo, otros cronistas, como Javier Porta Fouz de El Amante, afirman que “las grandes historias no seducen a la hija del elefante cinematográfico Francis Ford. Sofía es otra clase de bicho, y bien podría ser ese búho de peluche que Bob le regale a Charlotte en el hospital. Sofía observa y describe”. En el mismo orden de ideas, Federico Kasrtulovich de Otrocampo, asegura: Sofía sucumbe ante varias excentricidades que cargan dramáticamente su película de manera autobiográfica. Al mismo tiempo, logra desprenderse no sin esfuerzo, de la persistencia del padre(el megalómano Francis), de la tradición majestuosa y grandilocuente de lo familiar…Sofia Coppola recupera, tras los experimentos posmodernos de su padre y de ella misma (pero con algo más de ternura que FC), la esencia del sujeto moderno mediante su extravío. Así pues, a juicio de los entendidos, su breve filmografía se inscribe en la corriente neoclásica de la era contemporánea, pues recupera las tradiciones del cine moderno, a objeto de brindar legitimidad a su propuesta estética, tan personal como marcada por el sello humorístico de Jaques Tati, y asimismo, bien influenciada por la visión antropológica del cine de Chris Marker, específicamente el de su obra maestra Sin Sol, incuestionable referente de ciertos pasajes documentales de Lost In Traslation, ficción documentada o documental con puesta en escena de planos hayku, tipo Ozu, y de postales viajeras, tipo Wenders. Sin Sol establecía una evidente analogía entre la esencia cultural de dos civilizaciones. Aunque Perdidos en Tokio no llega tan lejos, sí se propone redescubrir algunas coincidencias y diferencias entre la identidad de Japón y Estados Unidos. Naturalmente, las semejanzas son de carácter global, como los valores de la sociedad de consumo. Por contraste, las barreras son el idioma, la tradición, y las propias reservas, prejuicios y mixtificaciones de la condición de turista. Por ejemplo, la pareja protagónica vive prácticamente sumergida en un hotel, y ante sus ojos, la ciudad se despliega como una enorme escenografía high tech, de raigambres oníricas. En ese mundo de espejismos electrónicos y simulacros a la carta, ambos personajes experimentan la fantasía del amor adultero, y no será hasta el final, cuando reconozcan la realidad de su amor imposible, en una despedida melancólica, como la de Casablanca o de la más reciente In The Mood For Love. En efecto, Federico Karstulovich asegura: los protagonistas mantienen una relación que vacila entre el amor de pareja y el amor universal. Hay entre ellos una tensión amorosa que recuerda a Con ánimo de Amar (Wong Kar Wai, 2001) pero que nunca parece resolverse. Sin ir tan lejos, la opera prima de Sofia Coppola, Vírgenes Suicidas, anunciaba los derroteros temáticos de Lost in Traslation, al explorar la evolución de múltiples emociones reprimidas en el contexto suburbial de la clase media. Precisamente las vírgenes se suicidaban en protesta y en respuesta al cautivero impuesto, como forma de castigo, por parte de sus pacatos padres. Asimismo, los fantasmas de la sociedad puritana retornan en Perdidos en Tokio, tomando un cariz humorístico, inusitado en la filmografía de la autora, y siempre beneficiado por la presencia de Bill Murray, en encuadres compuestos para el lucimiento de su inabarcable talento, superlativo en la comedia física, lacónico y mordaz en el talk humor. Sus mejores escenas combinan el arte del gag silente con la precisión del diálogo marxista, a lo Groucho, valga la redundancia, y a lo Murray también, porque los años en el show bussiness no pasan en vano. De la comedia matrimonial al amor intergeneracional, de la fantasía platónica a la triste realidad, de la evasión extraterrestre al regreso sin gloria, Perdidos en Tokio circula por las arterias paralelas de la poesía en tránsito, conduciéndonos a un lugar poco frecuentado por el cine del no lugar: el espacio donde se encuentran y separan los destinos sentimentales de la existencia posmoderna. Como en Playtime, la dinámica de la megalópolis y de la sociedad hipercomunicada, facilita el intercambio efímero, al costo de impedir el desarrollo natural de las verdaderas relaciones. En medio de la masa anónima, dos extraviados en Tokio se besan con intensidad. Nadie los mira, nadie les presta la menor atención, como en el kiss a contraluz de Embriagado de Amor. Después, sobreviene la despedida, la separación, el adiós ante la muchedumbre indiferente. Finalmente, la ciudad se los traga a los dos. Bajan los créditos, suben las ideas, las buenas ideas . Sofía nos respeta, y nosotros a ella.
-Sergio Monsalve |
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La vanidosa sencillez de Cold MountainDir.: Anthony Minghella. 2003.
Ambientada en la Guerra Civil americana este film se presenta desde el principio como una historia épica pura. El guión es acerca del reencuentro entre Ada e Innman. Ada (Nicole Kidman) es la hija de un reverendo que llega al rural pueblo de Cold Mountain con sus guantes de seda, vestidos burgueses, nariz perfilada y melodías de piano que recorren la película. Allí conoce a Innman (Jude Law), un tipo común del pueblo, callado, rígido como la madera. Ambos se enamoran justo antes de que él vaya a la guerra a pelear con la milicia del sur y entonces la historia se divide en dos. Por un lado Innman en medio de un holocausto tratando de regresar a Cold Mountain para buscar a Ada y por el otro ella sufriendo el abandono y la decadencia de un pueblo erosionado por la guerra. En medio hay todo un repertorio de personajes que adornan la historia. Renée Zellweger se roba el show con un papel de campesina de bastante gracia que se convierte en la mejor amiga de Ada. Natalie Portman tambien aparece en un rol secundario acaparando los mejores minutos del film con un papel pequeño, pero intenso, y lo que es para mí una actuación perfecta. Cold Mountain parece ensamblarse cuidadosamente para ser ganadora del Oscar, está basada en un clásico de la literatura norteamericana, tiene un elenco cotizado, un director de nivel (Anthony Minghella creador de The English Patient y The Talented Mr. Ripley) , una producción extraordinaria, pero... Este es el "pero" que tengo en la punta de la lengua y estoy tratando de descifrar. Pienso que el problema estuvo en adaptar la novela a la pantalla grande. Probablemente la historia se lesionó al tratar de comprimirla en dos horas y media de film. Los protagonistas quedaron como arquetipos demasiado corrientes, demasiado planos. Ni Kidman ni Law (sobretodo este último) tienen espacio para actuar verdaderamente, quizá sus papeles son muy estrechos. Ambos se enamoran instantáneamente al principio del film, yo diría que de una forma hasta forzada. Hay demasiados personajes y poco tiempo para desarrollarlos de llegando al punto en el que parece que algunos realmente llegan a estorbar. Cold Mountain comienza con un ritmo lento pero va despertando poco a poco al igual que la audiencia sedada por los primeros empalagosos minutos. La música tiñe de hábilmente la historia con canciones de Jack White, el vocalista de White Stripes que sorpresivamente es parte del elenco; también se encuentra un tema llamado “You will be my ain true love”, cantado por Alison Krauss en donde se puede escuchar, con algo de esfuerzo, la voz del Sting en el fondo. Es visualmente muy atractiva, paseándose por las cuatro estaciones de una Norteamérica desnuda y sencilla. Todos éstos son atributos importantes, pero superficiales. Quizá Cold Mountain peque de excesivamente pretenciosa, como una mujer que va demasiado maquillada a una fiesta, sin embargo, debajo de todo este maquillaje, se oculta una belleza simple que no necesitaba de tantas estrellas, ni de tanta producción, ni de tantos adornos, porque tiene una virtud escondida y esencial: La película logra captar el color amarillento de las páginas de un libro clásico. A pesar de todo, fue un placer verla...
-Plácido Marcos |
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Oscar 2004 : The trilogy never ends
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21 GramsDir.: Alejandro González Iñaritu. 2003.El tandem Arriaga - Iñarritu presenta en sociedad su segundo amor perro o perro amor, según el gusto y el pedigrí de cada quien. En todo caso, el supercan de la temporada huele a Dogville, con aroma a Tarde de Perros o Reservoir Dogs. Es decir, perfume y esencia de Tarantino en materia y sustancia de película sobre redenciones, karmas y transplantes de órganos, a la mejor o a la peor manera de La Fuerza del Cariño, Todo Sobre Mi Madre y de otros chantajes lacrimógenos en sala de espera al infierno, como la fatalista Bailarina en La Oscuridad y la plañidera Dead Man Walking, incorporada también por Sean Penn, a quien por lo visto le encanta eso de hacerse el muertito en “docudramas sobre la vida misma”, filmados con pretensión rupturista como Traffic, cuyo barniz de fotografía granulada en superficie de cuento moral a lo Requiem For a Dream, recuerda en más de una ocasión a la conservadora 21 Gramos, amen de su sentencia lapidaria contra la narcodependencia y el aborto ,en contraste con su himno trasnacional a la maternidad, compuesto para ser entonado al calor del hogar y bajo el ritmo de alguna balada cristiana, en armonía con el martirio, el calvario y el sacrificio del agónico protagonista, destinado a resucitar en el corazón de un niño en camino, así como en el espíritu de un ángel caído que ha recuperado la fe en la familia americana, gracias al perdón, el mea culpa y la compasión de un Macbeth arrepentido, pero resuelto a impartir justicia por su propia mano en Mystic River. Todo a la manera de un film “deconstruido y deconstructivo”, difícil de armar y rearmar como un puzzle neobarroco. Por tanto, ¿es 21 Gramos un antecedente de La Pasión de Cristo, con su lectura ortodoxa de la Biblia, refrescada por la estética del cine mainstream, y renovada por la ferocidad del gore más sensacionalista? ¿Morbo, Hollywood y culturas híbridas al servicio de la evangelización? ¿Estamos ante el nacimiento de un nuevo Cristian Cinema, al tiempo que la industria del pop reconoce el surgimiento de un Cristian Rock a la usanza de Creed, en oposición al Anticristo Superestrella de Marilyn Manson, pero sobre todo, en aras de lavar los pecados de la iglesia pederasta en el río místico de los cánticos y las loas al señor? ¿La fe del presidente mueve montañas, remueve paradigmas y conmueve al imperio de lo efímero, al show bussiness, a la meca? Si es o no es así, en última instancia, ¿cuál es cargo de conciencia de la generación 21 Gramos? ¿Qué le pesa tan poco y a la vez tanto a la insoportable levedad del ser posmoderno, preocupado ahora por ideas trascendentales de la existencia? ¿Es el eterno miedo a lo desconocido, al terror, a la muerte, a la soledad, a la nada, a la ausencia de sentido, al caos, a la incapacidad de controlar su destino? ¿Es el pavor a perderlo todo, de golpe y porrazo? ¿Es su perdida de esperanza ante un dios que parece abandonarle? En ese sentido, ¿existe alguna diferencia entre el personaje principal de Todopoderoso, con su progresiva desilusión religiosa, el James Stewart de ¡Que Bello es Vivir!, con su paulatino desencanto por el american dream hasta rozar el extremo del suicidio, y los personajes de 21 Gramos, reunidos alrededor del mismo desaliento vital, con visos autodestructivos? Si hay o no semejanzas entre todos, ¿por qué sus tres películas concluyen en el final feliz de la salvación y la expiación? Al respecto Carlos Rosal apunta: Jack Jordan (Benicio del Toro), como un Jesuscristo del siglo XXI que expande su mensaje a través de tatuajes y furgonetas, es la figura que se sitúa en el epicentro del terromoto vital, erigiéndose en la columna más importante de las tres que sustentan 21 Gramos. No es casualidad la presencia e insistencia de todo el imaginario católico en él , pues como si de un mesías se tratara, quita la vida y también la da. De ahí su pena, de ahí su perdón, de ahí su sacrificio. Jack Jordan posee la capacidad de quitar 21 gramos, pero también de darlos, porque si el alma pesa veintiún gramos, la vida también. Por último, más allá de los obvios intercambios simbólicos de la película y más allá de sus virtudes formales, cabría formularse las mismas preguntas retóricas que se hace Jean Philippe Tesse en su crítica de 21 Gramos para Cahiers Du Cinema: ¿Por qué está preocupado Iñarritu por los temas de la iniciación a la metafísica: la vida, la muerte, lo demás? ¿Por qué le gusta tanto ese grano grueso de la transacciones morales? 21 Gramos es muy poco para un Film que suma tanto peso: el alma, los sentimientos y la misma película que los envuelve.
-Sergio Monsalve |
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2 por 1.La Sonrisa de Mona Lisa. Mike Newell. 2003.Escuela de Rock. Richard Linklater. 2003. Dos refritos de La Sociedad de los Poetas Muertos se cocinan en la cartelera at the same time, despidiendo el mismo tufito conservador de Mentes Peligrosas, Lean on Me, Al Maestro con Cariño, Stand and Deliver y The Principal, películas nulas de no personajes y tramas reprobadas, directo a la reparación, por copiarse mutuamente o por incurrir en lo que ahora llaman “copy paste”, es decir, cortar y pegar de aquí y de allá para conformar un batiburrillo de citas y referencias, asumidas como propias por parte del plagiario al prescindir del entrecomillado, al no citar la fuente, y en último caso, al hacer todo lo contrario a Bioy Casares en ese prodigio de hipertexto, de “libro abierto”, de compendio de aforismos, titulado felizmente De Jardines Ajenos. Pues bien, no de ellos sino de otros huertos menos fecundos y productivos, hablaremos a continuación, por desgracia. Estériles como un cultivo organopónico, La Sonrisa de Mona Lisa y Escuela del Rock labran en la zanja abierta y desierta por dos cosechas de igual alcance y rendimiento: Mr. Hollands Opus y The Emperors Club, esta última protagonizada por Kevin Kline en el mismo papel de In and Out, sólo que in the closet y out del club de Socrates, para ganarse el corazón de la estudiantina de cuello almidonado y uniforme de Harry Potter. Supuestamente, Escuela del Rock es el reverso paródico del subgénero, y por ende, de La Sonrisa de Mona Lisa. Si aceptamos este sofisma, Jack Black sería entonces el revés de Julia Roberts, su contrapartida bizarra, algo así como Jon Lovitz en High School High. Y viéndolo por encima, probablemente lo sea, si tomamos en cuenta su incorrección política, su pinta de metalero fracasado a lo Paul Gilman, su invitación al caos en medio del orden, o en definitiva, su irreverencia orquestada por el slacker de Richard Linklater. Pero, como a fin de cuentos, el Jack Black se nos presenta y se nos comporta como el típico teacher idealista en ambiente gris, como el clásico profesor Keating de "aprovechen el día y no lo desperdicien", o como el último evangelista de un credo en decadencia, entra en el mismo saco de los forasteros liberadores del viejo oeste, de los personajes disfuncionales en entorno burocrático, de los estereotipos del cine puritano, mercadeados como ejemplo de rebeldía sin causa o como ideal de emancipación social. De la misma forma, Julia Roberts viene a liberar conciencias, mediante su credo feminista y su sensibilidad acartonada, su sonrisa de veinte millones y su anacrónica mitificación de las reglas de la estética. Rendida ante el aura de Mona Lisa, retrocede hasta las cavernas de la cultura victoriana, para borrar el bigote de Duchamp, para negar la reproducción mecánica de la obra de arte y el desmontaje de las bases sociales del gusto. De cualquier manera, su clase ha sido rebasada por la historia. Lamentablemente, sigue vigente en salas multiplex.
-Sergio Monsalve |
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CarandirúDir. Hector Babenco. 2003. Considerada “la prisión más grande de América Latina”, Carandirú es el epicentro de la nueva parábola carcelaria de Héctor Babenco, cineasta con cinco de sus ocho títulos dedicados a la tarea de investigar el drama y el melodrama del cautiverio, sus injusticias y miserias, sus penurias y carencias, sus victimas y victimarios en guerra por la supervivencia y en jaque por el hacinamiento. Una tradición del cine brasileño, que se remonta a los mejores trabajos de Nelson Pereira dos Santos, como el caso de Memorias de la Prisión, película proyectada en 1984, un año antes del estreno de El Beso de la Mujer Araña, dirigida igualmente por Héctor Babenco en el contexto penitenciario de una cárcel de Sao Paulo. También bajo rejas y en la misma ciudad tiene lugar el octavo largometraje del autor, Carandirú, cuyo guión describe la peor tragedia de su historia como centro penal. Nos referimos al hecho acontecido entre sus pabellones y calabozos, el 9 de octubre de 1992, cuando fueron asesinados 111 reclusos a manos de las fuerzas del orden, a consecuencia de un motín carcelario, en protesta por las condiciones infrahumanas de coexistencia. Carandirú fue diseñada para albergar a tres mil internos, sin embargo, para el momento de la masacre, habían registrados no menos de siete mil ochocientos, sin separación por delito o edad. Centrándose en la vida de muchos de ellos, el argumento de la ficción no sólo denuncia la realidad del confinamiento y la represión, sino dignifica el lado humano de los protagonistas, al reivindicar sus formas de organización social como un modelo de convivencia. La urgencia del tema y de la trama, obligan al director a adoptar, por un lado, el clásico estilo documental en las acciones de mayor tensión, y por el otro, a recurrir a una retórica convencional, de planos y contraplanos, en las secuencias de menor intensidad dramática. El recurso de la cámara en mano permite al director enfatizar el caos y el trastorno de la escena del motín. En contraste, los planos estáticos realzan el espíritu comunitario, la hermandad y la bondad de los personajes principales. A su vez, la película está contada desde la perspectiva de un médico, que se interna en Carandirú para desarrollar un programa de protección contra el Sida. Este alter ego del director funge de eje narrativo, al introducirnos en la prisión, con ojos de antropólogo, que no juzga, no sataniza, sino busca comprender a sus semejantes al aceptarlos como iguales. A través de su mirada, descubrimos al otro, al refractario, al marginado, al excluido, identificándonos con su punto de vista, tanto en las buenas como en las malas, pero sobre todo cuando finalmente acontezca la mortandad anunciada por la crónica de Héctor Babenco. A partir de entonces, no habrá lugar para comentarios. Tan sólo quedará espacio para la reconstrucción pormenorizada de un genocidio sin culpables, en un campo de concentración latinoamericano, proyectado como extensión y representación de la realidad brasileña. Una década después de los cruentos sucesos de 1992, la llamada “Casa de Detenciones” fue clausurada, para luego ser desmantelada a finales del 2002. Sin embargo, su memoria permanece viva en el presente, gracias a esta película. Ni más ni menos que un reflejo de nuestro estado de excepción o de nuestra condición sitiada por la violencia, el crimen y el abuso de poder.
-Sergio Monsalve |
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