Halloween ResurrecciónDir.: Rick Rosenthal. 2002. A pesar de los malos augurios de la crítica conservadora, la nueva vuelta de tuerca del engranaje Hallowen, es probablemente la mejor de la serie, y quizás, la única que le hace sombra a su indispensable precursora, fecundada por John Carpenter a finales de los setenta. Film de culto para amantes del gore*, estudiosos del cine, y psicoanalistas del terror, Halloween comprime en dos horas de estilización retórica, el genio de un autor en el cenit de su carrera, el arte de un defensor a muerte del western. Abogado de varios diablos expulsados por la meca,apasionado por el Hawks de Río Rojo, amante de panorámicas y grandes angulares, Carpenter parafrasea el discurso oficial del terror académico al lenguaje híbrido de la posmodernidad,fusionando la ciencia de géneros clásicos, con la narrativa urgente, desesperada y maldita del gore underground. Tan radioactiva combinación detona los cimientos del horror ancestral, mientras se eleva una nueva catedral sobre los despojos del ayer. Carpenter es canonizado por su obra maestra de planos generales, lentes oblicuos, y tremendismos sacralizados en steady cam. Hallowen reescribe las tablas del dogma del mal, y sus apóstoles comienzan a interpretarlas, o clonarlas, a su modo.De tanto en tanto,la predica de Capernter será desvirtuada por secuelas cada vez peores. Corre mucha tinta, malgastan muchos pies de celuloide al intentar resucitar el alma del primer episodio de esta franquicia ; pero los esfuerzos siempre son en vano. En vez de revivirlo, el espíritu del primer capitulo es revolcado en su tumba,por un sinfín de copias de tercera degeneración.Gracias a dios, un autor tiene la delicadeza de reencarnarlo en un ritual que retoma la esencia de la serie, para conducirla por los caminos verdes de la contracultura.La esperada resurrección de Hallowen, en subrayado y mayúsculas, finalmente acontece. De la mano de una cámara subjetiva, somos guiados al interior de un reality show,integrado por siete protagonistas de telenovela, que ganan el derecho a pasar una noche en la casa del asesino Michael Myers, mientras son grabados por un circuito cerrado. Lo que comienza siendo un previsible paseo por una mansión del terror,se convierte,por la imprevista llegada del dueño de la casa,en un festín de sangre, sudor y vísceras, dedicado a lo fanáticos del splatter **. En paralelo a la típica matanza de jovencitos prepotentes,la trama deja colar algunas reflexiones sobre los usos y abusos del internet, el trasfondo del vouyerismo audiovisual la simbiosis entre violencia, sexo, mentiras y video. A la par de Truman Show y Ed Tv, la resurrección de Hallowen se enmarca dentro de esa interesante corriente cinematográfica, preocupada por descubrir la verdad oculta, tras el biombo festivo, autocomplaciente y jovial de la televigilancia global.En paralelo,la coerción tecnocrática del gran hermano sigue proyectándose como una utopía incuestionable, por las cadenas catódicas del mundo. **Splatter: palabra atribuida al maestro George A Romero, que literalmente es una derivación verbal que significa salpicar o rociar, sin sustantivo alguno, aunque obviamente en este caso la sangre acuda inmediatamente a nuestra mentes. Manuel Valencia. -Sergio Monsalve |
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La historia sin fin
La nación se embrutece bobina tras bobina, episodio tras episodio. Y el verdadero misterio del millón de dólares es este: ¿por qué los millonarios que poseen un instrumento tan magnifico se rebajan ante tales tonterías y las imponen al público?
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Bestiario GoreEn el número de la primera quincena de diciembre, mes pavoso por demás, la página de Otrova Gomas desplegó un hermoso bestiario del cine terror, antológico, por decir algo. No faltó ninguno de los que son, pero sí muchos de los que no. Por tanto y en cuanto debemos incluirlos en algún sitio, integraremos con ellos la siguiente selección de los engendros del gore. Léala pronto, antes de que se agote su existencia, ¿o su paciencia?
Los monstruos del gore no se andan con romanticismos de Drácula, lloronas a luna del hombre lobo, medias tintas o complejos de Norman Bates, dimes y diretes. Lo de ellos es masacrar, torturar y devanar a sus indefensas víctimas. Gozan un puyero correteándolas, parecen tener orgasmos al capturarlas, y jamás guardan compostura alguna al momento de sacrificarlas. Actúan con premeditación y alevosía, viven al margen de la ley, son villanos en estado puro, personificaciones estereotipadas del mal, figuraciones de la crónica roja, carentes de matices, psicologías, y causas. La gran mayoría mata por matar, así como en el porno, la mayoría de los figurantes, tiran por tirar. Todo por el bien de la taquilla y de la explotación comercial. No olvidemos que el gore nace primero como negocio, y después como estética. De hecho sus fundadores no pensaron en otra cosa antes de inventarlo que en el dinero. Luego vino el arte, más tarde el ensayo, y posteriormente el reconocimiento de la crítica intelectual. Los semiólogos se dieron banquete al codificar sus arquetipos, mientras innumerables periodistas descifraron el género al lenguaje culto de la academia, justificando el genocidio gore como una protesta cinematográfica contra la guerra de Vietnam, o como una condenada velada al holocausto norteamericano. ¿Dime qué interpretas, y te diré en qué piensas? Finalmente, Cara de Cuero tenía quien les escribiese, quien interpretara el sentido de sus hachazos, de sus arrebatos, de sus pulsiones. Se dijo que era el prototipo del sureño reaccionario, que era el otro visto por el mismo, que era un terrorista encapuchado contra el estado civilizado, que era un bárbaro, que era la encarnación de la esquizofrenia capitalista Una vez más, el mal despertaba lecturas encontradas, por parte del bien, claro está. Sin embargo, para Hooper, su personaje era tan diáfano, cristalino y explícito en sus móviles, como los crímenes que ejecutaba en 24 cuadros por segundos. Digan lo que digan, ante lo inexplicable, siempre será mejor guardar silencio. Aunque, aquí entre nos, nadie se resista a la tentación de especular de más.
Otro antisocial sin rostro, y sin mayor motivación que asesinar a su hermana, la hermosa Jamie Lee Curtis. Otro justiciero anónimo del pavor conservador, figurado por la fobia demócrata. Otro asesino en serie enguerrillado con el mundo, y especialmente, con sus habitantes más jóvenes. En Estados Unidos se le conoce como el boogy men, es decir, el Coco de nuestras pesadillas escolares. Aparece en noche de Brujas, cuando hay luna llena. Cometió su primer asesinato a los ocho años. Fue internado por ello, declarado esquizofrénico, y puesto a las ordenes de las autoridades psiquiátricas. Años después, escapa del manicomio dispuesto a degollar cielo y tierra con tal de abrirse paso para decapitar a su hermana. De la dilatación y postergación del enfrentamiento final entre nuestro Cain y nuestra Abela, depende la dramaturgia de la trama, la perpetuación de la serie, y su definitiva resolución. De momento, mientras la franquicia sigue recaudando millones alrededor del orbe, tendremos Hallowen para rato. Falta saber si Jamie Le Curtis volverá a prestarse para el jueguito.
Jason vive de acuchillar a cuanto jovencito se atreve a retozar en sus dominios. Los ahorca, ahoga, despedaza, o pica en seis, dependiendo de lo gratuito de la escena, o de lo morboso del asunto. Si la pareja juguetea sobre una hamaca, Jason los atraviesa con su machete, en una ejecución de tintes freudianos. Si los chicos se escapan al granero, para buscar una aguja en un pajar, Jason los traspasa con el rastrillo. Y así sucesivamente, hasta que solo queda una mujer en cien metros a la redonda. A partir de entonces, conoceremos el corazoncito de Jason, cuando durante los quince minutos finales, juegue con ella al gato y al ratón. En el momento cumbre, Jason sentirá compasión por la víctima al confundirla con su madre. Aprovechando el desconcierto del enemigo, la joven dará la estocada final en cámara lenta. A paso de tortuga, poco a poco, Jason caerá al piso, de largo a largo, frente a los gestos histéricos de la heroína. Como el mal nunca muere, en el último minuto tendrá lugar la extraña y mágica resurrección del protagonista de esta teleculebra con hijo natural. Pronto, vea el capitulo final en su cine de confianza.
La razón de cada generación produce sus monstruos. El industrialismo decimonónico ensambla a Frankestein; el autómata potenciado por electricidad. El final de la segunda guerra desemboca en Godzilla; el lagarto que muta por radiación. La posmodernidad engendra a Freddy; el ángel exterminador de las fantasías de la generación de relevo. Cohabita en los terrenos subconscientes del temor, la fobia, el amor y la muerte. Renace en pesadillas flagelantes. Baña de sangre al sueño húmedo, al deseo onírico de grandeza o al sentimiento utópico de inmortalidad. Frusta cualquier atisbo de felicidad. Aniquila el ideal. Liquida esperanzas. Pero sus acciones resultan aún más perturbadoras, cuando las tomamos en el sentido figurado por su creador: como autoagresiones psíquicas y suicidios interiores perpetrados por el inconsciente colectivo de una sociedad desesperada. En la tercera pesadilla, los personajes no dejan dudas al respecto. Son un conjunto de jovencitos internados en un hospital por manías depresivas, mezcladas con insomnio, estados alterados de la mente, y propensiones a la inmolación; seres condenados a la autosacrificio desde las primeras de cambio. En la época de la autorepresión general, del rearme moral, del cinismo, de la muerte de todos los paradigmas, de la civilización coaccionada, Freedy también figura como el superego, vigilante y despótico, al asedio indiscriminado del instinto juvenil, de la utopía, y de la mente que la sueña. Contra su hegemonía se opone el desvelo, siempre estéril, y la guerra, generalmente bizantina. De cada enfrentamiento sale refortalecido, y listo para protagonizar una última secuela. Desde hace años viene anunciado su retiro, pero como Foreman, reaparece por sorpresa en los momentos menos oportunos. Si los pronósticos no fallan, el próximo año defenderá su corona contra el otro peso pesado de la reacción americana: Jason Voorhees. Esperemos que sea una pelea sucia, y que gane el peor.
Muñeco psicópata de malas pulgas y buen humor, acostumbrado a sembrar el terror en cumpleaños, reuniones familiares, navidades, y efemérides dedicadas a los pequeños de la casa. Regalo ideal para sobrinos hiperkineticos, niños genios con complejo de Harry Potter, lolitas con complejo de Melody, y escualiditos o bolivarianitos precoces. El origen de Chuky es un canto a la arbitrariedad justificado por un ocultismo budú de incierta procedencia. Antes de morir en una juguetería, un criminal agonizante traspasa su alma a un muñeco repollito, y por arte de magia, cobra vida al transformarse en un garbage pail kid. Después, una madre protectora regala a su hijo consentido, el juguete en cuestión, y de ahí adelante, comienza el cinismo, la ironía y el susto efectista de la popular marioneta infernal. Con más bajos que altos, sin pena ni gloria, el primer episodio sienta las bases de una nueva franquicia, explotada hasta el sol de hoy. De la serie, apenas la última entrega merece todo el respeto y atención del cinéfilo inconformista. Me refiero naturalmente a la ineludible La Novia Chuky, dirigida por Rony Yu como una suerte de parodia fantoche y serie Z a La Novia de Frankestein, a caballo entre Asesinos por Naturaleza, Bonnie and Clyde, Matrimonio con Hijos, y Nueve Semanas y Media.
Cerramos este capítulo donde debemos concluirlo, en la autoconciencia de la esterilidad del género, en el momento que uno de sus fundadores decide mirar sus criaturas con sorna, en la hora de la ironía, cuando se recula porque se reconoce la imposibilidad de avanzar, cuando se ve el pasado con risa porque el presente perdió gracia, o porque no los tomamos muy en serio. Wes Craven entierra el splatter al momento de develar satíricamente todas sus convenciones, al minuto de deconstruirlo y desnudarlo en toda su manipulación, al instante de demostrarnos por qué, cómo, dónde y cuándo se mata por matar en el cine gore. Scream tuvo la valentía, como el Mago de Oz, de develarnos el trasfondo oculto tras La Máscara del Terror. Desnudo el rey del subgénero,se acabo el miedo y empezó el sarcasmo. Su hostilidad era complejo de inferioridad compensado con violencia. Ahora despojado y desabrigado del manto de pavor que lo encumbró, ya no produce susto, sino carcajadas a granel. En el ocaso de los ídolos, Craven desmitificó al serial killer, banalizándolo por completo, despojándolo del aura tenebrista de la era clásica. Después vendrían los hermanos Wayans, con Scarry Movie, a darle santa sepultura. A la espera de alguna resurrección digna, se despide de ustedes, por el momento, este humilde anfitrión, deseándoles felices sueños húmedos y traumáticas pesadillas kruegerianas, por los siglos de los siglos, amen. Good night, good fight. -Sergio Monsalve |
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Las diez mejores1) In the Mood For Love. Wong Kar Way. En su mejor momento Wong Kar Way descifra el hermético lenguaje del deseo, recordando al Barthes de Fragmentos de un Discurso Amoroso. Emociones reprimidas en ralenti, sin complejos, sin golpes bajos, sin indiferencia, y con pasión melodramática desbordada en cada fotograma, por un cineasta del mañana. 2) La Ciénaga. Incomoda como un experimento disfuncional, ambigua como una pintura de Hooper al aire libre, devastadora como una aflicción largometrada por Paul Schrader, liberada y emancipada de la sumisión conceptual en boga, la opera prima de Lucrecia Martel resume en noventa minutos de pura abstracción cinematográfica, el hundimiento de la gran familia sureña en el fango de su degradación neoliberal. 3) Nacional 7. Jean Pierre Sinapi. Bofetada desenfrenada y anarquista contra el miserabilismo, la ñoñería compasiva y el contrabando lastimero de las campañas de conscientización en pro del hombre invalido. Terapéutica reconversión de papeles asumidos.Mientras los de a pie permanecen impedidos física y mentalmente, los otros no paran de rolar.Los estudiosos franceses dicen que es una versión de Freaks de Tod Browning, pero sin muertes que lamentar. Desgraciadamente los marchantes salimos en muletas de la sala. 4) En Construcción. José Luis Guerín. El mejor documental del año, y probablemente de la década, rescata al género secuestrado por el tabloide mediatico, liberándolo de amarrillismos, sensacionalismos, ideologías duras y blandas. Séptimo arte en su punto medio, para reunir extremos. 5) Contra Viento y Marea. Lars Von Trier. Tarde pero seguro, el estreno de lo mejor de Lars Von Trier, del chico dogma o antidogma según el caso, nos permitió reencontrarnos con el llanto, el dolor, el sacrificio redencionista y la fe en estado puro del Dreyer más idealista. Turbación cámara en mano para testimoniar documentalmente la inestabilidad emocional de la época. 6) Flores de Fuego. Takeshi Kitano. Harakiri de amor y masacre en naturalezas muertas a todo color.Arte hiperviolento, visceral y postimpresionista como un Van Gogh figurado por Scorsese. Con esta pequeña lección de puesta en escena, donde menos es más, Kitano se abre espacio entre los grandes del celuloide Japonés, escoltando a Kurosawa, Ozu, Imamura, y Mizoguchi. Si bien todavía le falta mucho para sobrepasarlos, el hombre va encaminado a equipararlos, o al menos, eso afirman los que tuvieron la fortuna de ver Dolls en el pasado Festival de Venecia. 7) Crimen de Medianoche. Robert Altman. La entrega anual del ermitaño transpolítico del meanstream, llegó más temprano que de costumbre, gracias al señuelo publicitario de varias nomaciones al Oscar, merecidas por demás. Del metraje hay poco objetar, y mucho que alabar, empezando por el embriagante diapasón del plano secuencia en el grado sobresaliente del Kubrick fronterizo entre Marcel Ophuls y Jean Renoir. De resto, el crimen es tan perfecto como los que su autor estila cometer in fraganti. 8) La Pianista. Michael Haneke. La Viena bien pensante, ilustrada y melómana, la del orgullo cultural, conservatorios y maestros de música, vista por el ojo despiadado y brutal de un iconoclasta decepcionado de todo y de todos. 9) Amélie. Jean Pierre Jeunet. La comedia francesa atraviesa por uno de los mejores momentos de su historia, en el plano creativo y estético, al conciliar lo mejor de la dramaturgia norteamericana de posguerra, con excelentes actuaciones, esmerada dirección de arte, y una delirante imaginería neobarroca. De todo ello y mucho más puede dar fe este brillante cuento de hadas al compás del slapstick. 10) Hable Con Ella. Pedro Almodovar. El Almodovar polémico de Kika, el de escándalos calculados,el censurado en medio mundo, el de vaginas devoradoras de buzos de juguete y hombres menguantes, el de toros sacrificados por el arte, el de pasiones laberínticas, el de hombres y mujeres al borde un ataque de nervios, el del surrealismo buñueliano, el de la profanación de cuerpos inanimados,compone una oda al amor loco desde la violación de los códigos convenidos por el monólogo imperante. No ganará el Oscar, ni recibirá la bendición de los mejores Festivales, pero aquí entre nos, seguro llegará más lejos que Todo Sobre Mi Madre -Sergio Monsalve |
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