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La Reivindicación de la Ciudad

-Bárbara Fuenmayor S.
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“El hombre es un animal urbano y no rural,
la condición humana sobre la tierra es definitivamente ciudadana,
entrañablemente ligada a la existencia del fenómeno urbano.”
-Carlos Raúl Villanueva


El término urbano proviene de urbs, piedra de ciudad, colocada por motivos más bien prácticos, de refugio, asentamiento, relaciones humanas o comerciales. “Civilización y ciudad” son palabras que comparten su raíz: civitas, palabra que designa las emociones, los rituales y las convicciones que cobran forma en una ciudad, y aluden directamente a la acción del hombre como ente que la modula.

El tema de la ciudad posee una riqueza tan abundante como la complejidad del hombre mismo. En la concepción más amplia, su creación es considerada un acto de voluntad1, donde el excedente de alimentos sugiere la necesidad de intercambio, haciendo posible la especialización del trabajo, suscitando la estructura de clases y con ello la aparición de una elite dirigente encargada de ejercer su autoridad sobre la sociedad, encauzando la fuerza de trabajo hacia el desarrollo. Paralelamente, la densidad de población y su consiguiente juego migratorio es utilizada en principio como el termómetro para la existencia o no de ciudad. Sin embargo, un discurso que deseche la idea de masas abstractas para retomar al individuo como ser pensante requiere establecer un nuevo concepto de ciudad que si bien toma en cuenta el aspecto numérico del primero, debe considerar al hombre en sus potencialidades civilizadoras.

El asentamiento de primitivas ciudades al borde de grandes rutas de tráfico comienza a marcar las bases que caracterizan la ciudad, permite la posibilidad de intercambios humanos que propician la afluencia de nuevas ideas e invenciones de una manera natural. La civilización es entonces el nuevo indicador, complejo y dinámico, que designa las formas más altas de la vida de un pueblo donde la religión, el arte, la ciencia son las señales del grado de formación humana o espiritual, dando origen a la ciudad como punto de concentración máximo de poderío y cultura de una comunidad; como forma y símbolo de una de una relación social integrada, donde la experiencia humana se transforma en signos visibles. La ciudad planteada como un producto de la necesidad social del hombre, constituye su medio de expresión.

El curso de la evolución urbana sólo puede ser correctamente interpretado si se estudia paralelamente la evolución tecnológica, política y especialmente, de la organización social; puesto que la civilización se presenta como la artillería de una cultura para superarse y progresar, una combinación de las formas técnicas conformadas por el trabajo manual y primitivo hasta las ciencias más complejas y de las formas simbólicas que incluyen el conocimiento de la religión, moralidad, filosofía y arte que, en constante interrelación, son moldeadas para lograr adaptarse a las circunstancias siempre nuevas y variables.

Platón en sus obras destaca el arte del ordenamiento de la ciudad por ser reflejo de “sabiduría práctica y justicia”, combinando aspectos de carácter moral y político al mismo tiempo. Es en estas ‘Polis’ creadas a partir del hombre donde confluyen los diferentes poderes: político, económico y religioso que permitirán el nacimiento de la cultura occidental. Roma, enmarcada dentro de este contexto alcanza el ‘carácter cosmopolita’ de máximo desarrollo, enfrentado sin embargo a problemas de alta densidad, problemas de tránsito, hacinamiento y crecimiento demográfico descontrolado, entre otros. Posteriormente en el medioevo la ciudad se encierra tras murallas y es un micro mundo que se defiende del exterior, para luego explotar, cediendo a la expansión urbana a través del fortalecimiento de la Burguesía y el paso de una estructura de Estado Feudal a Estado Nacional, logrando su esplendor en el renacimiento cuando la ciudad se convierte en un símbolo del poder del hombre en la tierra, dejando el terreno libre a la utopía que con sus ciudades ideales aspira el arreglo ordenado del mundo.

“La revolución urbana que tuvo sus comienzos en la segunda mitad del siglo XIX, culminó en una nueva clase, desde el punto de vista cualitativo, de asentamiento urbano: una extensa área urbana con una densa ciudad central”2: la metrópoli. La naturaleza del proceso de urbanización a partir del fenómeno de industrialización es muy diferente en los países catalogados como desarrollados y subdesarrollados.

La ideología progresista de las naciones del primer mundo como Inglaterra, Alemania, Holanda y Estados Unidos, va a estar sustentada en la vivencia del proceso de industrialización y el nacimiento en su seno del capitalismo. Los países llamados del tercer mundo (específicamente latinoamericanos) al no experimentar el proceso pero si formar parte de sus consecuencias, adquieren directamente el producto perdiendo la posibilidad de adaptación que ofrece la transición, y el continuo desenvolvimiento que ella implica. Esa revolución industrial experimentada de manera parcial, genera un modo de vida en la ciudad, que aún cuando permite un aumento cuantitativo del promedio de vida del individuo, le niega paradójicamente un aumento cualitativo de la misma. La ciudad es llamada a ser aceptada como un hecho natural y cotidiano, adquiriendo una nueva dimensión, pues ya no es una mera visión amplificada de la ciudad tradicional.

La metrópolis, así denominada, es una forma diferente de organización urbana. Sus características intrínsecas: ruido, hacinamiento, drama, y el cambio como único aspecto permanente de la vida, constituyen el caos propicio para la idea sustentada por Ebezener Howard, fundamentada en el pensamiento spengleriano, de Tolstoi y de Rousseau, donde la ciudad es concebida como un desafío a la naturaleza, el monstruo que corrompe, manifestación del principio del fin de la civilización. A partir de esto, la ciudad es diluida bajo un esquema de ciudad jardín, esbozando un modelo de ciudad auto-sustentable que combina las conveniencias de la ciudad y la industria con las ventajas de la asociación agrícola, propiciando nuevas comunidades a manera de ciudades satélites. El ideal romántico de Howard se lee como una solución que contradice las posibilidades de intercambio y crecimiento cultural que ofrece la estructura urbana.

Le Corbusier, en contraposición, concibe la ciudad como el lugar donde se representan todos los afanes humanos, lugar material del poder descentralizado. Pensaba en una ciudad industrial, que fuese armoniosa y ordenada tal y como se propone en el CIAM: vivir, trabajar, circular, descansar física y espiritualmente. En esta ciudad sus objetivos esenciales son: a. División del suelo; b. Organización de la circulación; c. Legislación. Pero esta división funcional no hace más que atentar contra la complejidad natural de la ciudad, al no cubrir totalmente el terreno de la planificación urbana. “¿Qué de las funciones políticas, educacionales y culturales de la ciudad?, ¿Qué del papel jugado por la disposición y plan de los edificios concernientes con estas funciones en todo el proceso evolutivo del diseño urbano?” habría de cuestionarse Sert en su carta de oposición a la ciudad funcional del CIAM. La ciudad de Le Corbusier si suponía un crecimiento cultural, pero la cultura depende de complejas relaciones humanas. Una máquina actúa en un proceso infinito y repetitivo, limitando la producción de cultura. “El tiempo libre que nos da la máquina no solamente libera la hombre moderno para los deportes y excursiones de fin de semana: también lo libera para una más completa participación en actividades políticas y culturales, mientras que éstas estén planificadas adecuadamente y relacionadas con el resto de su existencia”3. La división no sólo funcional sino por ende formal, coarta las posibilidades de intercambio en cuanto abruma constantemente al hombre, posicionándolo en medio de una ciudad monumento de sí misma sobre la cual no se tiene dominio.

De todo esto, la dirección del estudio de la ciudad no sólo debe ir en función del planteamiento estructural y formal, también debe ser un medio para evocar la personalidad social de la ciudad. Personalidad que cambia con las generaciones y más aún, a través de ellas. Considerando la ciudad como la forma de los tipos más altos y complejos de la vida asociativa, aparecen los hechos sociales en su carácter primario; y la organización física de la ciudad, sus industrias, mercados, líneas de comunicación y tránsito, subordinadas a las necesidades sociales. Es esto lo que establece el nuevo orden urbano en el que las variables de la ciudad giran alrededor de la comunidad. Para Munford la clave está en la sociedad, cuando establece ‘la ciudad como producto de su sociedad’, reflejo del hombre que la genera.

La ciudad vista por Platón como unidad real en lugar de como conjunto de individuos, es un organismo espiritual, y de allí que entre su constitución, su estructura y la del hombre exista una analogía, la misma que Villanueva señala al decir que : “una ciudad debe poseer una cabeza como también centros nerviosos, debe poder respirar ampliamente y disponer en ese sentido de un sistema arterial adecuado, para que la sangre llegue a cada órgano y les de vida”4. La ciudad es entonces un organismo “viviente y complejo”, constituido por el equilibrio de los distintos elementos que forman un todo.

En el proceso de búsqueda de este equilibrio en el crecimiento y forma de las ciudades surge un agente externo, considerado un factor de gran importancia en la remodelación urbana para el momento: el automóvil. Sin embargo el planteamiento es a cuestionar su papel en la vida de las ciudades y principalmente la actitud adoptada frente al mismo, darle el justo valor en la lucha planteada entre hombre y máquina: “es y debe ser un subordinado, la cultura debe pasar de una ideología de la máquina a una ideología del organismo y la persona”5. Porque es en esta ideología donde resulta posible distinguir los componentes más importantes del tejido urbano: el cerebro y el corazón. “Un cerebro que este representado por el centro cultural y un corazón que es la plaza pública”6. Es así como los órganos de las asociaciones culturales y políticas vienen a ser los rasgos distintivos de una ciudad: sin ellas, lo que hay es sólo una masa urbana. Esta tendencia de pensamiento estuvo lo más cercanamente representada por el llamado urbanismo orgánico de posguerra, en su búsqueda por “una concepción real del fenómeno urbano”, en el intento de evitar separaciones mecánicas e integrar distintas funciones urbanas. Exaltada en los barrios comerciales de Ámsterdam o la “city” de Londres, al ser fuente de los contactos personales que le dan la ‘riqueza social’ a la ciudad.

Dentro del fenómeno social que significa la ciudad, se incluye ahora el edificio, estableciéndose la unión indisoluble entre arquitectura y urbanismo: la arquitectura no puede ni debe separarse del urbanismo. La inserción del objeto en el contexto debe regirse bajo un ideal de equilibrio cónsono con la civilización que lo produce. La experiencia vivencial de la ciudad será la base de un correcto planteamiento sobre ésta.

En última instancia, se trata de explorar la ciudad, recorrerla, empaparse de su dinámica y, cuando se empieza a entender sus problemas y posibilidades, tomar posición para contribuir y elevar en ella sus potencialidades. Recuperar la riqueza variedad e intensidad de vida social de las experiencias que las intervenciones basadas en el espacio público logran de manera efectiva.

En una ciudad compuesta de materia y espíritu, el hombre es el elemento que la llena de espiritualidad, mientras ésta por su parte lo provee de una organización material que le sirva de escenario para la vida. Tenemos que escrutar la vida de la ciudad y de sus habitantes, los lazos que los unen; en cuanto la ciudad es el hábitat natural del hombre civilizado. “Pero también es una obra de arte consciente y contiene, dentro de su armazón comunal, muchas formas de arte más simples y más personales. La mente adquiere forma en la ciudad, y a la vez, las formas urbanas condicionan la mente. La ciudad es, a la vez un bien físico de la vida colectiva y un símbolo de los movimientos colectivos. Junto con el idioma, es la obra de arte más grande del hombre”7.


1. El concepto de "ciudad como acto de voluntad" fue acuñado por Bacon, quién lo usa para definir la evolución de la forma urbana como una sucesión de decisiones interrelacionadas. En este sentido una nueva ciudad planificada que tenga una forma preconcebida o cuente con un plan general, es una creación, un 'acto de voluntad' por excelencia. GALANTAY, Ervin, "Nuevas ciudades: de la Antigüedad a nuestros días”, Editorial Gustavo Gili, Barcelona 1977.

2. BLUMENFELD, Hans, “La Metrópoli Moderna”, en La Ciudad.

3. SERT, Joseph Louis, citado en HERNÁNDEZ, Sarah. Artículo: “La ideología Americana y el CIAM de Posguerra”, 1995.

4. VILLANUEVA, Carlos Raúl, “La Ciudad”, Universidad Central de Venezuela, Caracas: Revista PUNTO #14, Septiembre 1963. s/p.

5. MUNFORD, Lewis, “La Cultura de las Ciudades”. 1935

6. VILLANUEVA, op. cit.

7. MUNFORD, op. cit.