Grisly
Ella es bajita, un metro sesenta o algo así, anteojos de marco negro, pelo largo y liso, zapatitos chinos, condescendencia, risa nerviosa constante, se tapa la boca por conductismo, Huidobro, Cortázar, Francia, sus amigas la llaman como a una madre. La conocí en un bar donde nadie hablaba español, ella no lanzó una palabra en toda la noche y en algún punto pensé en darle mi mail (en ese punto en que uno decide no dar el teléfono por cursi), levantó una ceja y nos terminamos un pitcher. Me contó cosas, la hice reír (o pensé que era yo el que provocaba su binominal "jajaja" del otro lado del computador), muy pronto descubrí que estaba enamorada de enamorarse y fue mi mejor amigo, el mejor amigo de mi mejor amigo, un conocido, el vecino, el hijo del socio del amigo empresario de mi tío, un posible ex-compañero de un club que ahora precisamente no recuerdo, el Topo Gigio, Zaratustra y quién sabe; se enamoró y resistió vagamente el sufrimiento. Su manera de sobrevivir. Escribió poemas gráficos, intentó un trío 2M1H sin resultados, leyó a Emar, vio Amelie, sus padres ya divorciados le hicieron la vida imposible y creo que me enamoré de su hermana. Un día me dijo: "Se está muriendo". Le pregunté: "¿Quién se está muriendo?". Me dijo: "Todo. De a poquito. A pequeñas gotitas". En esos mismos días yo me inventaba una estupidez, cualquier estupidez, y la llamaba. Así nos íbamos afianzando del vacío, nuestra pobre relación. Alguna vez tuve la duda y se lo dije, y ella, de risa nerviosa, respondiendo que claro, sí, por supuesto, diciendo cero, afirmando sin sostener. El último día que la llamé y me contestó se quebraban platos. Ella dijo: "De a poquito. A pequeñas gotas".
-Maori Pérez
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