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El secreto que esconden las fábulas

   Como esta hoja de papel es sólo una hoja de papel bond blanco, un rectángulo de 210 x 272 mm, cruzada en sentido horizontal por 30 líneas azules y en sentido vertical por dos líneas de rojo pálido, entonces no queda más remedio que esperar dos ejecuciones sobre su superficie. La primera es la más obvia: servirse de ella –como ahora mismo– y pergeñar los caracteres, las diminutas moscas de azogue del idioma. La segunda es casi igual de obvia: valerse de trazos, suprimir la realidad tangible de los volúmenes y así copiar un objeto cualquiera en el universo plano de un dibujo. Ambas ejecuciones terminarían por brindar una representación de la realidad soportada sobre un sistema de signos más o menos precisos. O a un paso más allá: un pequeño mundo figurativo, ceñido a los principios que rigen el idioma y el dibujo en un solo plano. Es decir, copias, remedos del mundo material que cobra vida sólo por la pálida combustión dentro del matraz Erlenmeyer de la imaginación.

   Ahora bien, si esta hoja de papel pudiese ser «algo más» que esa superficie rectangular, esa línea azul que se repite en la próxima página, y en la otra, y en la otra, convirtiéndose en un carril por el que se pierde un tren azul de garabatos. Si pudiese, por ejemplo, tomar la calidad de una cámara fotográfica, una mirada mágica, entonces tal vez se podría ver desde ella el ámbito de esta habitación, el reflejo del atardecer que entra por la ventana y se estrella contra la mesa, las paredes, el sofá de la sala. En ese caso, esta hoja de papel procedería de un modo no sólo inusitado, sino también aplastante: recrearía en su interior un mundo que por siempre nos ha sido ajeno, trastocaría la prudente distancia que existe entre el mundo en el que nos movemos y ese mundo paralelo que apenas imaginamos. Ya no sería yo un hombre que escribe en silencio sobre una página, de espaldas a la luz anaranjada del atardecer, la mirada fija sobre las líneas horizontales, sino que ya estaría dentro de ella: mis lentes, mi cabello recién afeitado, mi barba, todo mi cuerpo sería parte de ese mundo que ahora observo desde afuera, desde esta lugar conocido donde siento por instantes el soplo de la brisa de la tarde, el peso del sol que se pierde en el horizonte, a sólo un paso del secreto que esconden las fábulas.