La boda de los Pacheco-Rodríguez no duró hasta el alba porque como a las cuatro de la madrugada cayó un torrencial aguacero sobre Los Chaguaramos, con vientos huracanados. Las mesas se despeinaron, los manteles volaron como fantasmas, un toldo se cayó y la mayoría de los invitados corrió a sus automóviles para beneplácito de los cansados anfitriones.
Pero esa no fue la única tormenta que se desató en la casa de fiestas esa noche pues en la mesa central hubo un estremecimiento de almas que culminó en escándalo. Todo comenzó con los cuentos de Luisa Helena sobre su único hijo, Alvaro, que ahora, por fin, a los 22 años tiene una novia.
Es un muchacho de esos que según su madre se levanta a las tres de la tarde y que tuvo desencuentros normales con su vocación. Comenzó estudiando ingeniería de sistemas en la Metro pero pronto se cambió para estudiar matemáticas en la Central. Un año más tarde estaba en mercadotecnia en un Colegio Universitario y era vocalista en un grupo de funk. Fumó marihuana , se intoxicó con otras cosas, y hubo que meterlo en una clínica de rehabilitación. Vivió en campamentos vacacionales en Miami, en Virginia y en Montreal, de manera que habla y escribe bien el inglés y el francés.
La manera cómo Luisa Helena contaba el cuento hacía reír a todos excepto a una chica de unos 26 años que no despegaba el índice de su mentón y que hacía un casi imperceptiblemente gesto de negación , meciendo de un lado al otro su bello rostro. Los demás miembros de la mesa, elegantes y perfumados, reían a carcajadas.
El muchacho se crió sólo con la madre desde que tenía seis años pues el marido se fue a la India un tiempo y nunca más se supo de él (risas tras los detalles). La responsabilidad paterna la asumió una abuela rica que vive en Filadelfia y que cada tres meses, desde hace 16 años, envía una honesta pensión (risas tras los detalles). La madre se encargó de las inscripciones escolares, las diarreas, las vacunas, las vacaciones, la lavandería, las actividades deportivas y las extracátedras, el cine, las tareas y la incitación a la lectura (risas tras los detalles).
Pero ya es hora de que se vaya, piensa ella. Ojalá que se enamore, que se case, que salga a trabajar. A la madre le gustaría recuperar su tiempo, viajar con las amigas, tener y variar unas cuantas parejas, trabajar medio tiempo. Pero él siempre está allí, esperando el desayuno, la comida lista para el microondas, una platica para ir a la discoteca, las camisas lavadas y planchadas. Una manguangua, dice Luisa Helena. Ese no se va a ir nunca. Eso dicen mis amigas, confiesa sin resignación. Es difícil para un hombre dejar esa manguangua. Todos rieron, excepto la chica rubia.
ENCUENTRO DE TERCER TIPO
De pronto, mientras todos estaban atentos a sus sarcasmos maternales, hipnotizados por esa magnífica belleza que no revela para nada su edad, espiando el fragmento de muslo que afloraba en la abertura de su elegante y negro traje largo, se acercó un muchacho jóven, la besó en el cuello, le puso una mano en la pierna y, antes de que pudiera ser presentado, se la llevó a bailar.
Danzaron, brincaron, se apretaron y se besaron. Una pareja hermosa, cada uno estaba embelesado en los ojos del otro. Ausentes del sarao. Los invitados de la mesa no pudieron continuar la conversación. Se sirvieron de nuevo el hielo y el Etiqueta Negra y no despegaron sus miradas maliciosas de los amorosos bailarines. La chica escéptica dijo: ¡no quiero ver lo que va a pasar!
De regreso a los ojos escrutadoras de la mesa, Luisa Helena se defendió con gracia, contoneando su bella figura. ¡No, vale,!.. no me miren así, este no es mi hijo Alvaro, aclaró. Les presento a Héctor, es el hijo de Alicia, mi mejor amiga. Todos sintieron un alivio mediano, entablillado. Un medio alivio, damnificado.
Duró poco el alivio. Duró tres minutos. Porque en eso llegó Alvaro, el hijo, colgado del brazo de una bella mujer, grande, de la misma edad confusa de Luisa Helena. Pidió la bendición . Se presentó, le dio la mano a todos y dijo: les presento a mi novia, ¡Alicia!..
Demasiado. La gente no encontraba que cara poner. Mucho gusto dijeron a coro, como en los buenos días de cuarto grado , y todos miraron a Luisa Helena, pálida, demudada y con todas las adjetivaciones del desmayo que traen las novelas del siglo pasado.
Luis Helena alzó su bella figura de gimnasio y sacrificio, tomó su cartera de canutillos y salió espitada. Atrás arrancó Héctor, y luego Alvaro y su novia Alicia. Un ambiente de pequeño escándalo, de telenovela, se instaló en la mesa. Mucho silencio y bebidas apresuradas.
La chica, la rubia escéptica, la bonita, desplegó su primera sonrisa de la noche. No es lo que ustedes piensan, dijo. Aquí los verdaderos novios son esos dos muchachos, que intercambiaron anillos, bailan juntos, comparten todo. El año pasado se casaron con tambores en Choroní. Tres horas mas tarde se desató una tormenta de agua y vientos huracanados sobre la fiesta. Pasa en Caracas, como en Direct TV.