Nuestra preocupación por el tiempo es marcada: vemos relojes constantemente, medimos distancias y eventos con relación a la inversión de minutos, días, meses o años (en el caso de estudios universitarios, empleos, créditos o matrimonios) que debemos hacer, el afán de lograr que la vida se extienda ilimitadamente mueve la ciencia, las empresas y, por supuesto, a los consumidores. Frecuentemente marcamos los aniversarios buenos o malos.
El próximo once de septiembre será uno de ellos. Uno recordarán un evento impresionante, triste, otros evocarán el reclamo de los olvidados de la Tierra, el posible comienzo de la caída de la gran potencia del XX, pero difícilmente los once de septiembre pasarán con indiferencia.
Durante los días que siguieron a los ataques diferentes líderes mundiales intentaban mostrar entereza, la determinación de identificar y castigar a quien hubiese planificado estos golpes. Se argumentaba que, detrás de cualquier otra razón, religiosa o política, había el deseo de acabar con el estilo de vida Occidental. Había gente que huía o esperaba en sus refugios disfrutando el éxito del plan. Otros analizaban todas las represalias militares y administrativas viables. Lo que quedaba para el resto de nosotros (sí, aquí, en América Latina, que recuerden los indigenistas y similares que formamos parte de la cultura Occidental), independientemente de nuestra posición ideológica, con la única restricción de tener una composición humana con emociones y corazón amalgamando los huesos y la carne, era sentir algo cercano al miedo. O el miedo mismo.
Cuando el investigador norteamericano James Hillman quiso enfrentar una teoría de las emociones, se dio cuenta de que no existía como tal, sólo había construcciones negativas (qué no es una emoción) o aproximaciones prácticamente inabarcable por su carácter amplio y general. De individuo a individuo es complicado explicar el proceso emocional, sin embargo, en el caso de las civilizaciones, de los pueblos se pueden llegar a encontrar algunos rasgos característicos para profundizar en ellos.
El libro de Delumeau es un libro histórico, historiográfico, que estudia el miedo entre los siglos XIII y XVIII en Europa. El investigador habla del "diálogo permanente" que tienen las civilizaciones con el miedo y comienza su análisis mostrando las figuras con las que se copó todo un imaginario oscuro, amenazante. Se muestra una Humanidad que, limitada en su forma de comprensión y sus herramientas de respuesta ante las amenazas que le presentaba el entorno, tenía que concluir siempre que era una cuestión de grandes bienes y grandes males, de dioses o demonios todo lo que ocurría. Había que obedecer, seguir los lineamientos del líder religioso de moda, buscar creencias dogmáticas como salvavidas o atenerse a las consecuencias.
Estaba la peste y la mayoría de los habitantes de las poblaciones infestadas, indefensas, sólo podían pensar que estaban frente a una muestra del infierno. Estaban las brujas y brujos con su poder demoníaco para juzgar sobre vidas, cosechas, amores, destinos. Estaban los judíos con su pecado eterno de haber "crucificado al Hijo de Dios", con su manía de envenenar las fuentes de agua de las poblaciones, con sus prácticas de usura. Estaban los turcos y su ímpetu islamista. Estaba Lutero con la Reforma.
Delumeau convierte a la Iglesia Católica en una ciudad, pero no la opulenta que tenía siglos gobernando sino una cuyos muros fueron golpeados por la insurrección de sacerdotes como Lutero y Calvino que necesitaba ser protegida, resguardada desde dentro. Por eso se tomaron las medidas necesarias, desde el secuestro de los púlpitos para inocular en los campesinos el miedo acerca del desvío del mandato papal como origen de los sufrimientos, hasta la coacción directa con instituciones como la Inquisición.
Pero El miedo en Occidente no es la historia del trabajo del catolicismo por conservar sus espacios (aunque la relación es constante) sino una mirada que permite observarnos, como en un túnel del tiempo, en nuestros semejantes anteriores y comprender por qué y cómo respondemos a las amenazas que, por demás, ahora corren con inmediatez y simultaneidad desde su origen hasta cualquiera de nosotros a través de los medios de comunicación. El papel del rumor, de la visión distorsionada de los "otros", la facilidad que se tiene para encontrar "culpables" a las catástrofes.
El libro de Delumeau nos abre la posibilidad de reflexionar acerca de la necesidad de mantener ese diálogo con el miedo, como individuos y sociedad, al mismo tiempo que intenta recordarnos que en cualquier proceso de este tipo no sólo es importante que se abra el canal de comunicación sino que constantemente se evalúa el mensaje, su pertinencia, la utilidad que del mismo podemos extraer.
Tal vez en un arranque New age pensemos que reflexionar sobre el miedo sólo nos dejaría en el estancamiento y la parálisis, así que es gastar el tiempo. No se puede discutir con los dogmas, sin embargo, es importante guardarse de algunas simplicidades: quizá terminen por hacernos vivir un "mundo feliz" frágil y fugaz, cuya destrucción podría estar ya en cuenta regresiva ante la realidad.