Menage
No. No nos atrevimos a emitir juicio alguno de aquel día. Lo único fue decir: Libia no se puede enterar; de ahí más nada, ni siquiera sé como fuiste capaz de besarme en la boca. Sí, todo es atribuible al jarabe, la excusa más perfecta es el vestido azul y la facilidad de quitarlo; además era parte del juego, nuestro menage â trois ; aunque, de los tres, hayas sido el único en tener orgasmos.
Pasé la noche luchando con mi cuerpo para que cada movimiento fuese preciso, armónico. Eres tan suave Helios, hueles a mujer.
Héctor: juez y cómplice; espectador y actor ocasional según el ritmo que sólo nosotros supimos, porque lo acordamos un minuto antes en la ventana que da hacia la calle.
Tu mano perpetrando un lugar ya conquistado por otra mano; el inevitable encuentro de ambas es incómodo pero sutil. Ustedes lo saben, se miran, se repelen, se vuelven a mirar.
Eras algo tan vago los últimos meses, apenas si recuerdo tu rostro, tus manos, tu pelo azul. Ahora que sé que estás lejos, te recuerdo con nitidez; y es que, a diferencia de otros, nuestra barrera no fue la distancia sino la cercanía.
Poco me importa tu relación con Héctor o nuestras conversaciones sobre arte, eso ya no tiene sentido. De ti sólo buscaba que me aclararas si fui buena amante o no.
Cuando fuimos al Cordon Blue, le dije a Héctor: tu amigo, el de la banda, parece una niña. Y más tarde, cuando bajaste de la tarima me dijiste: “desde donde estaba podía ver la raíz de tu cabello, te hace falta un tinte”
En la mesa hablamos de la postmodernidad porque estabas escribiendo una ponencia sobre eso. Rebates mis argumentos con mucha facilidad. Lentamente me callo, miro hacia la pista de baile y sonrío. Evita sonreír, decías, no te queda bien.
Nos conocimos inmediatamente.
-Tibisay Rodríguez Torres