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A Leucónoe

La famosa expresión Carpe Diem, que vibró con fuerza a finales de los ochenta en esa película dulce y dramática que es, que fue, Dead Poets Society (1989), tiene su primera aparición en una Oda de Horacio Máximo Flaco numerada como la Onceava Oda del libro Primero. En otros contextos, la oda también ha sido llamada, a Leucónoe por ser, naturalmente, la persona a quien va dirigida esa bella y terrible imprecación sobre la levedad del tiempo, o incluso Carpe Diem, precisamente por los mismos motivos.

Leucónoe, según me informa un voluminoso cementerio de latinismo, querría decir mente ingenua, si bien podría considerarse, sencillamente, como un nombre propio (del mismo modo en que Carmen es Carmen y, también, es Poema). Aún así, no deja de ser sugestiva la ingenuidad que esconde Leucónoe tras sus prácticas de adivinación.

Vale la pena apuntar aquí la Oda en su escritura original horaciana, con toda la belleza de su métrica eolocoriámbrica:


Tu ne quaesieris, scire nefas, quem mihi, quem tibi
Finem di dederit, Leuconoe, nec Babylonios
Temptaris numeros. Ut melius, quidquid erit, pati!
Seu pluris hiemes seu tribuit Iuppiter ultimam,
Quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare
Tyrrhenum, sapias, vina liques, et spatio brevi
Spem longam reseces. Dum loquimur, fugerit invida
Aetas: carpe diem, quam minimum credula postero.


Alguna vez leí una hermosa traducción atribuida al P. Basilio Tejedor, s.j. fallecido hace poco; pero esa versión debió perderse entre algunos otros apuntes que no se debieron perder. Por lo que puedo recordar, la traducción del padre Tejedor era notable (en un contexto donde las traducciones de Horacio no son siempre lo que podrían ser), por la belleza de su construcción, por el dramatismo de su contenido.

Puesto que nada nos impide jugar, me permito introducir algunas variaciones más o menos libres, más o menos arbitrarias (mi latín es deficiente), sobre la traducción de la edición bilingüe de Manuel Fernández-Galiano y Vicente Cristóbal, dejando que Mnemosine, reina de la desmemoria, dicte alguna que otra palabra de aquella traducción perdida.

Palabras más, palabras menos, quedaría algo así: 


No intentes saber, Leucónoe, que no es lícito, el fin que a ti o mí
los dioses destinen, ni te entregues
a cálculos babilónicos. ¡Vale más sufrir lo que haya de ser!
te otorgue Júpiter varios inviernos o solo el de hoy,
que destroza al mar Tirreno contra las rocas; sé prudente,
filtra el vino, y mantén la esperanza en este nuestro breve vivir.
Mientras  aquí hablamos, el tiempo fugaz escapa:
vive el presente,  y no confíes nada en lo sucesivo.